#Santiago2023 / ¿Quién quiere ser Agostina Hein?

#Santiago2023 / ¿Quién quiere ser Agostina Hein?

“Se prende fuego, mi pelo, mi piano, mis discos
La ropa y el perro
Puede ser que otra vez no sea cierto
Pero siento como el fuego quema por dentro”

Agostina Hein es un fenómeno. Tiene 15 años, fue medallista en el último Mundial juvenil, y es parte de una generación de la natación argentina con varias promesas, incluido Ulises Saravia, también medallista en la competencia juvenil celebrada en Netanya hace poquito más de un mes. En Israel, entre los dos consiguieron 5 finales, y el resto del equipo se colocó 7 veces por encima del puesto 16 que define semifinales: una generación que asoma excepcional incluso en teniendo en cuenta que la natación argentina, suele comentarse, trabaja bien con los chicos: hay recursos humanos, entrenadores experimentados caminan por las piletas a menudo despintadas de los clubes de larga tradición en el deporte, y aunque hay poca infraestructura adecuada (un puñado de piletas olímpicas en todo el país) hay muchas piletas de medidas informales desperdigadas por el país, muchos pibes nadando. Es en la transición de juveniles donde suelen aparecer las diferencias con las potencias.
De esa generación excepcional Hein sorprende, entusiasma, por edad, por marcas. Entonces, aparece un apodo. Hein es “la nueva Pignatiello”.


En el Metro, camino a la bella pileta erigida dentro del predio del Estadio Nacional, salió, como siempre, la conversación sobre Delfina Pignatiello. Dueña de un estilo fluido, natural, parecía moverse por el agua sin esfuerzo, como si allí hubiera nacido, como si ese fuera su hábitat. Su carrera fue corta, pero excepcional bajo todo punto de vista, una de las grandes del deporte: bicampeona mundial juvenil, sus marcas de 2017 todavía la colocarían hoy entre la elite mundial.
Emblema de excelencia, su historia también es una especie de advertencia: una historia cercenada por un mundo que la quemó. Una ilusión que se frustró.
Sospecho que a Pignatiello no le gustaría demasiado esta narrativa, que la vuelve una figura trágica: ella, simplemente, eligió otro camino para su vida. A muchos atletas les dicen de jóvenes que son buenos en su deporte, y siguen, siguen por no defraudar, siguen por el aplauso del entorno, su autoestima ligada para siempre al éxito y a las expectativas. Incluso, ocurre hoy, a las jóvenes promesas les pagan (una beca crecientemente simbólica, cortesía de la inflación) para hacer deporte. Pero tienen 15, 16 años, una edad donde nadie sabe bien qué quiere ser el resto de su vida. Pignatiello nadaba, le iba bien y de golpe era nadadora profesional, con entrevistas, miles de seguidores en redes y sponsors, cuando era adolescente. Algunos otoños más tarde, simplemente, entendió que podía elegir, que no había nada malo en cambiar el rumbo, autodefinirse.
Así lo cuenta en su libro, “Diarios de Delfín”, donde cuenta que cuando dejó de nadar se sacó “una mochila de mil kilos”. Escribe: “Estaba haciendo lo que creía amar solamente pensando en a quiénes iba a defraudar”


A Pignatiello le gusta nadar. Todavía hoy. “Siempre fue así, en el agua siento cosas que no experimento en la tierra”, dice en el libro, y explica que disfruta particularmente “el plano en que mi cerebro se expande al penetrar una superficie que no es el aire del día a día, que repele mi cuerpo, obligándolo a danzar con ella, primero con un brazo, luego con el otro. Mi aura entra en calma cuando empieza a escucharse el ultrasonido remanso y sopla todo el murmullo que ocurre por fuera. Las olas generalmente ofrecen un abrazo que me gusta recibir sin miedo, con la quietud del momento y la suavidad de un leve movimiento de manos y pies”.
Pero “un día odié la natación y odié mi nombre”, larga Pignatiello. La competencia le llevó a sentir “rechazo y asco hacia mi misma” y “perdía de a poco el brillo de mi alma”. Todo era demasiado: presión, internas, pandemia, visibilidad súbita, carga de expectativas, responsabilidades. Abrumada, estiró el suplicio hasta Tokio. El final estaba escrito.
Pignatiello es la historia que conocemos, la que asoma, pero detrás hay decenas. Primero en la natación, donde los problemas de salud mental se reproducen: entrenamientos intensos en soledad, el aislamiento del agua, 4, 5, 6 horas por día, despertadores a las 5 de la mañana, jornadas de 15, 16 horas donde tienen que entrar pileta, gimnasio, vida social, estudios o trabajo. Son muchos los jóvenes que son lanzados muy rápido a ese mundo del alto rendimiento.
Para Buenos Aires 2018, el Enard tomó un grupo de jóvenes que llegarían con edad a los Juegos Olímpicos de la Juventud y buscó desarrollarlos. Del equipo de nadadores que llegó la cita, Julieta Lema abandonó el deporte, Pignatiello se encuentra en un parate indeterminado, Delfina Dini dejó para volver un par de años después (compite en Santiago), y Juan Ignacio Méndez contó en redes sociales que pasó un tiempo alejado del agua porque “sentía que no tenía un rumbo, estaba con muchas cosas en la cabeza, cosas que siempre me han costado hablar o que siempre las he minimizado, hasta que llegó un momento en el que no aguante más: mi cabeza no aguanto más”. Y, “por primera vez en mi vida decidí escucharme, hacer una introspección y pensar que es lo que realmente quería, sin pensar en nadie más que en mí”.
Del grupo, solo siguieron nadando sin partes desde entonces Selena Alborzen y Joaquín González Piñero: un panorama similar al de muchos de los grupos que fueron parte de aquel Programa Buenos Aires 2018 que se deberá, en algún momento, revisar.


También a Leanne Shapton también le gustaba nadar. “Lo que más me gustaba eran los ejercicios, porque podía sentir cada centímetro del agua y entender cómo unos pequeños ajustes contribuían a impulsar mi cuerpo con más eficiencia (…) Me gustaba la idea de un cuerpo hidrodinámico, los remolinos y las ondas, las repeticiones, el bordado de la natación”, recuerda la escritora en “Bocetos de natación”, sobre sus días como atleta de alto rendimiento. Como Pignatiello, nadar tenía algo de meditación, a la vez una manera de escapar del ruido de la cabeza y conectar con la potencia del cuerpo. Pero la natación de alto rendimiento no.
En los cuadros, delicados, reveladores, de Shapton, viñetas de la vida cotidiana de una joven nadadora canadiense, muestra lo alienante y mecánico del día a día, horas y horas de el asordinado ruido del agua, de la mente contando brazadas, de las concentraciones, muy joven, los viajes, de la presión por rendir; también, del escrutinio sobre su cuerpo, de los problemas con la alimentación y la ansiedad. El relato es muy parecido al de Pignatiello.


La natación tiene sus problemas. También, el sistema del alto rendimiento, exigencia constante por rendir, con riesgo a perder la forma de manutención en cada competencia. Pero la epidemia silenciosa de depresión y ansiedad excede al deporte. El filósofo Byung Chul-Han habla del estrés y la enfermedad en lo que denomina la sociedad del cansancio: en línea con el crítico cultural Mark Fisher, para Byung la depresión es un problema de raíces sociales, y no un tema que pueda resolverse de manera individual, con fuerza de voluntad, trabajo en uno mismo y otras frases inspiracionales.
¿Por qué estamos tan cansados? Byung, pesimista profesional, dice que habitamos una “sociedad del rendimiento”, en el que los sujetos se caracterizan por haberse transformado en empresarios de sí mismos, incapaces de establecer relaciones que sean libres de cualquier finalidad. Producir todo el tiempo, quema. Pero el colmo es que nos exigimos producir todo el tiempo a nosotros mismos, el gran truco del capitalismo: creamos contenidos para las plataformas, que son las que ganan el dinero. Creamos contenido hasta quemarnos: entonces, sucede el dopaje, las pastillas para paliar los dolores y poder seguir produciendo.
El deporte ha sido una sociedad del rendimiento desde su fundación, exigiendo ir más alto, más rápido, más fuerte, siempre: una expansión infinita que obviamente culmina en cuerpos y cabezas rotas, también en expectativas frustradas, ánimos dinamitados, porque no se puede mejorar la marca para siempre. El burnout aparece: atletas quemas.
Un buen artículo de The Guardian anticipaba lo que hoy, tras Tokio 2021 y los mil y un llamados a cuidar la salud mental de los atletas, es evidente: sobre esa exigencia constante e insostenible, los atletas ahora deben promocionarse constantemente. Deben entrenar, dos turnos de 3 o 4 horas, pero además deben autopromocionarse constantemente, vender en su propia marca, diseñarla, controlarla, a través de las redes sociales, en una economía uberizada donde todos somos emprendedores.
Paradojas: cuando los atletas revelan que sienten “como el fuego me quema por dentro”, como alguna vez cantara Pity (en aquella canción donde el poeta recuerda antes que Han que “estamos enfermos”), lo hacen en esas mismas redes sociales que los oprimen. Es que no se puede vivir fuera de la caja: todos habitamos la Matrix, el atleta no puede apagar el celular tan fácilmente cuando ve cómo su beca se devalúa pero puede ganar un dinero gracias a los seguidores que le consiguió Gonzalo Bonadeo. Y así, la rueda nunca para.


Malena Santillán tiene 15 años. Fue oro en los Juegos Suramericanos de Asunción, el año pasado, más chica todavía, y consiguió el boleto a estos Juegos Panamericanos, donde en 200 espalda alcanzó ayer la final y fue 6°. Es, otra vez, “la nueva Pignatiello”.
Santillán también tuvo que parar. Después de Asunción, puso el freno de mano. “No era que quería dejar: quería tener un respiro, me sentía cansada mentalmente”, reveló ayer. “Es que es muy cansador: son muchas horas entrenando sola, al ser fondista nado muchos metros. Y fueron muchos viajes, y a la vuelta tenía, en el colegio, 13 pruebas, ponele. Y a la vez, tenía que levantarme a las 4 para ir a nadar a las 5…”
Pero el agua, ese elemento que nos conecta con nuestro cuerpo, esa sensación de ingravidez, la atrajo de vuelta, aunque en otros términos: Santillán decidió, “para tomarlo de manera más profesional”, hacer la escuela a distancia. También trabaja con una psicóloga. “Por ahora estoy bien”, dice.
Santillán tiene 15 años pero nos recuerda con aplomo algo que a veces se olvida: no es lo mismo la performance mental que la salud mental. El deporte de alto rendimiento nunca es salud: los entrenadores pueden empujar con frases motivacionales y técnicas de aliento a veces hermosas, tantas veces cuestionables, el coaching se impone, con sus consejos de autoayuda para agachar la cabeza y seguir adelante, para “ser tu mejor versión”, pero a veces la cabeza lo que pide no es seguir sino frenar: cuando la cabeza quema, cuando arden los ojos y pitan los oídos, cuando la ansiedad hace temblar las manos, a veces es parar.
Al respecto, escribe Pignatiello, de ese freno anunciado pero súbito que eligió para su carrera: “Hay quienes hablan de que soy muy joven para anunciar un retiro o una pausa en el alto rendimiento. Yo creo que lo descubrí a tiempo y tomé cartas en el asunto”.
Pero, se pregunta, “¿fue realmente a tiempo, o de todas formas los sucesos me dejarán secuelas para siempre? Cicatrices de superación tatuadas en la psiquis”.

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