#Paris2024 / La patria deportiva en París: un balance

#Paris2024 / La patria deportiva en París: un balance

Por Pedro Garay
La Argentina deportiva sacó la cara: en un contexto de incertidumbre sobre el futuro del deporte de alto rendimiento, con una delegación pequeña, 136 atletas, la más chica desde la creación del Enard, la más compacta del siglo XXI (aunque por apenas un atleta en relación a Beijing 2008), saltó 20 puestos en el medallero respecto a Tokio 2020+1 (del 72 al 52) con su cosecha triple en París 2024. 
Y ahora que tengo su atención con esta cifra marketinera, digamos todo: los números engañan, con su apariencia de dato duro. El análisis del medallero olímpico es, siempre, una foto incompleta del alto rendimiento argentino. Primero, por la lógica del deporte: ¿Argentina habría tenido una peor actuación si Las Leonas no ganaban su último partido? ¿El diagnóstico hubiera cambiado si la de Los Leones no se iba por poco, si el fútbol pasaba a Francia? Un diagnóstico de cuatro años no puede depender de resultados coyunturales, de si un atleta se levantó bien o mal, de si una pelota sale o entra.
Segundo, Francia. Tercero: para la mayoría de los deportistas de nuestro suelo, el nivel olímpico es elevado, elevadísimo. Alcanzarlo es un privilegio hecho de sudor, ser competitivo un desafío enorme. Las medallas no llegan entonces gracias a un empuje colectivo desde las bases de nuestro nutrido deporte, sino a casos de marcianos puntuales que aparecen incluso en deportes sin mucha tradición local (El Maligno Torres, hoy, como Crismanich o Pareto ayer), la vela y su tradición, y, claro, los deportes por equipo (Las Leonas, siempre). 
Hay que ir, entonces, más profundo que las medallas, que son excepciones, y siempre lo han sido: Argentina llegaba a París con una expectativa de entre cero (podía pasar) y cinco medallas, más o menos; y allí se ha mantenido alrededor de esas cifras en su historia, incluso en su momento de mayor éxito deportivo: Londres 1948 fue la mayor cosecha, una espectacular colección de 7 medallas, 3 oros. Unos Juegos más pequeños, con menos medallas en danza, a pesar de lo cual Argentina llevó su delegación más numerosa hasta la fecha. El equipo cosechó además 15 diplomas olímpicos (posición de final) y ganó el medallero de los Juegos Panamericanos de 1951, tres años después.
Allí, tres pistas clave para excavar más profundo en la actuación argentina. La delegación argentina en Tokio fue la más pequeña del siglo, y aunque no por una diferencia importante, cortó dos Juegos de delegaciones nutridas, Río (con más equipos clasificados por la localía de Brasil, que liberó plazas continentales) y Tokio (178 atletas en medio de una pandemia). El equipo trajo 6 diplomas, menos que en Londres (10), Río (11) y Tokio (9). En los Panamericanos, donde Argentina hace más pie a la hora de competir y ganar medallas, venimos de una importante caída en el medallero: en Lima 2019 Argentina superó las 100 medallas, 34 oros, y quedó quinta entre todos los países; en Santiago fue séptima, con 25 medallas menos, y 16 oros menos. 
Es que, si bien, como decíamos, hay azar en el deporte, extraterrestres que nacen en Argentina, equipos especiales, rachas, momentos, jornadas memorables, cuando se amplía la muestra la realidad está hecha de muchas menos excepciones, y tiende a seguir lo lógico. 
En ese sentido, este proceso olímpico comenzó terminando la pandemia y atravesó numerosas crisis inflacionarias que devaluaron el valor de las becas hasta volverlas, en algunos casos, meramente simbólicas (que la beca esté atada a la inflación y que pelee presupuesto con otras áreas urgentes del país se lo debemos a su cambio de financiamiento y pérdida de autarquía, acontecidas en 2017: de financiarse al margen del Estado, a través de un impuesto que se cobraba sobre las facturas de celulares, pasó a depender del Tesoro nacional sin explicaciones). 

Cerró, este año, con un recorte de becados (y la queja de que había atletas clasificados con estipendio público que solo podían ganar si se hundían todos los demás, como si las medallas del futuro salieran de una caja mágica, y no se construyeran también con experiencias -no siempre positivas- en el presente) y de fondos para viajes e implementos, atrasos en los pagos de las becas de Deportes (que complementan a las del Enard, en algunos casos): la peor manera de planificar un semestre previo a un Juego Olímpico, sobre todo para los atletas que buscaban clasificar en las últimas semanas.
La situación inestable de los últimos meses afectó algunos casos puntuales (contó Macarena Ceballos, primera semifinalista en la pileta en 20 años, que para comprar suplementos y proteínas recibió ayuda del jinete José Larocca), pero no a los números gruesos, sin embargo: la decisión de solo solventar desde el Estado a la elite de la elite, los atletas con chances de ganar un Juego Olímpico (otra vez, ¿de dónde saldrán los medallistas del futuro si no pueden ir a experimentar roce internacional en el presente?), o los clubes de barrio sin apoyos ni subsidios en medio de otra crisis inflacionaria, el porvenir de los Evita, todo eso tendrá un impacto en Lima 2027, Los Ángeles 2028 y más allá. Allí, además, Argentina no contará con varios atletas históricos, los primeros criados al calor del Enard, medallistas panamericanos y olímpicos que se retiran coronados de gloria como Facundo Conte y Luciano De Cecco en voley, Agustín Mazzili en hockey, varios Gladiadores, que dieron su último baile en París 2024.
Y sobre todo tendrá impacto directo en el próximo ciclo olímpico el mal augurio, declarado por el ahora ex subsecretario de Deportes Julio Garro, de que las becas mantendrán más o menos su valor actual, simbólico, porque “no hay plata” (aunque la foto no faltará nadie, claro). Las becas serán, ya blanqueando, solo un apoyo para los atletas, porque el Estado “no puede darle a todos”. Los deportistas deberán arremangarse para armar una carrera (cuando la creación del Enard tenía como sentido que su carrera fuera el deporte, que no tuvieran que trabajar al costado o buscar sponsors y, de nuevo, esto se hacía con fondos por fuera del Presupuesto nacional), 
Pero el presente, París 2024, se explica menos por estas últimas medidas y más por un período de profunda pérdida de valor de la beca que comenzó en 2017, con el cambio de financiamiento del Enard, que ató la beca a la inflación y precarizó de hecho al atleta: el valor de la beca fluctuaba, los viajes y materiales se encarecían mientras subía el dólar, y así muchos atletas tuvieron que salir a buscar aportes o a trabajar, una vez más, y así volvieron las rifas, y así, también, muchos fueron quedando en el camino.
Así, al hablar de las tres medallas de París, más que hablar de una actuación dentro de lo posible para Argentina, hay que hablar, otra vez, del milagro del deporte nacional.
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La frase, acuñada por Daniel Castellani en una entrevista previa a los Juegos, esconde sin embargo explicaciones, argumentos, la posibilidad de analizar y poner en valor lo bueno: un milagro sale de la nada, pero las medallas no. 
¿Y de dónde vinieron las medallas? La de José “Maligno” Torres, el oro que definió el ascenso de 20 puestos de Argentina en el medallero, parece una patriada en rodeo ajeno: un atleta que clasificó a los Juegos por la venta, pero que olfateó la chance y arriesgó el pellejo para realizar una rutina voladora que lo pusiera con chance de medalla. Le alcanzó para el oro. Sin embargo, también esa medalla tiene su nacimiento en políticas públicas: las becas del Enard a los deportes urbanos que ingresaron en el programa olímpico, apoyos económicos provinciales, la construcción de diversos skateparks en Córdoba. “El gobierno de Córdoba desarrolla desde hace 15 años los deportes extremos, urbanos y alternativos. Construyó skateparks, circuitos y rampas en espacios públicos. Se llenaron de gente. Se multiplicaron”, relata Roberto Parrottino en su radiografía del oro de Torres, el 22° en la historia argentina, donde lanza: “Maligno Torres no es un E. T. argentino, un extraterrestre. Y menos un héroe individual de la meritocracia”.
La plata de Majdalani-Bosco y el bronce de Las Leonas, en tanto, tienen denominadores comunes: los dos se sustentan en una tradición propia, una escuela donde los más chicos aprenden de los más grandes las claves para enfrentarse al mundo y mantenerse en la elite; los dos hablaron, tras ganar sus preseas, del deseo de continuar la tradición pero de la desigualdad que hay con las potencias; los dos fenómenos, las dos tradiciones, la mística ganadora construida por ambas selecciones, tienen su centro en los clubes.
El espíritu de club de Las Leonas es evidente, aunque hoy las becas provocan un éxodo masivo de jugadoras a Europa (una beca más importante elevaría el nivel de la liga local al disminuir el éxodo, y ampliaría la base de jugadoras expuestas a un roce alto). Y allí, en el club, el Náutico San Isidro, conoció Majdalani a Lange, por ejemplo. Majdalani era amigo de Klaus, hijo de Lange; luego Santiago lo sumó a su equipo, lo puso bajo su ala; finalmente, lo eligió como entrenador para su ciclo hacia Río 2016, donde sería oro con Cecilia Carranza. Lo sumó para “poder mostrarle a los jóvenes como es el sistema”, contó Lange: el sistema es el método de trabajo iniciado por Camau Espínola (uno de los votos que definió la Ley Bases, pero antes cuatro veces medallista olímpico) para competir en la elite. Desde que Argentina trabaja de esa manera, trae en vela, un deporte de materiales costosos con sede en Europa, al menos una medalla cada Juego (con la excepción de Tokio).
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En París 2024 se cumplieron los 100 años de la primera delegación argentina que viajó a un Juego Olímpico: antes hubo algunos atletas nacionales que llegaron por su cuenta (Camet y Torromé son los casos comprobados), pero recién en París 1924 Argentina armó su delegación, y fundó, ese mismo año, su Comité Olímpico Argentino.
Hubo esfuerzos anteriores por enviar un equipo, pero los intentos por conseguir financiamiento público chocaron con el Congreso en 1908, 1912 y 1920, sin éxito. Siempre había otras urgencias. 
Finalmente, los fondos los conseguiría la gestión de Marcelo Torcuato de Alvear, embajador de Francia en 1921, cuando fue nombrado miembro COI: la negativa de fondos de 1920 de parte del Congreso lo marcó y, ya presidente, decidió que habría financiamiento público para el esfuerzo olímpico. El Congreso volvió a darle la espalda, así que, por decreto, el 31 de diciembre de 1923, Alvear asignó una partida de 250.000 pesos para sufragar los gastos de la participación, con fondos de premios no cobrados de los beneficiarios de la Lotería Nacional. En el mismo decreto, creó el Comité Olímpico Argentino. Viajaron 77 atletas viajaron a la Ciudad del Amor y trajeron seis medallas, incluido un oro: el del polo, conquistada con un equipo formado por una mayoría de apellidos ingleses. 
¿Ha cambiado tanto la historia en un siglo? Argentina no reglamentó su Ley de Deporte hasta 1990, y sólo comenzó a apoyar de forma sistemática al alto rendimiento en 2009, tras la creación del Enard, que permitió que tras décadas de deportistas llegando a los Juegos como podían, vendiendo rifas y mendigando algún apoyo estatal, se estableciera un marco previsible, un ingreso estable y la posibilidad de una planificación a largo plazo para el deportista. 
Y ese sistema duró, en su primera etapa, 7 años: en 2017 dejó de financiarse a través de un impuesto a la telefonía celular para depender del Estado, y desde entonces otra vez hay que ir a golpear la puerta de los políticos para conseguir plata. Está claro, además, que en Argentina siempre hay mayores urgencias que el deporte de alto rendimiento.
Entonces, el deportista que nos representa es un freelancer más a partir de ahora: un monotributista que solo puede explotar su cuerpo para sobrevivir. Y, para colmo, ingresa ahora en una burbuja de silencio de tres o cuatro años, vuelve el reinado del fútbol: cuando los argentinos se acuerden de ellos, para Lima 2027 o Los Ángeles 2028, el daño posiblemente ya esté hecho.