#Paris2024 / Cinco puntos sobre Imane Khelif
Nadie había escuchado hablar de Imane Khelif antes de París 2024. Hoy, cualquier espectador de los Juegos Olímpicos sabe quién es la boxeadora argelina que aseguró medalla y que competirá el martes en semifinales de la categoría -66kg: es la púgil acusada de ser el púgil, de ser varón, de ser mujer trans, de todo.
El ecosistema de redes y el polarizador algoritmo han alimentado ese fuego a pura confusión. Por eso, van cuatro puntos para ordenar el debate.
1.
Khelif no es una mujer trans
Y tampoco un varón disfrazado. Es una mujer, como reconoció la propia IBA, la federación mundial que gobernaba el boxeo, hasta hace dos años. La IBA permitió que Khelif compita en Tokio 2020: allí, tanta ventaja no tenía porque no ganó medalla. Luego revocó la elegibilidad de la boxeadora, en base a un examen que, afirmó en medio del lío, no fue un test de testosterona. El resultado es confidencial, pero indicó, según IBA, que Khelif tenía ventajas competitivas sobre otras atletas mujeres.
En ningún momento planteó IBA, sin embargo, que se trataba de una mujer trans. Tampoco mencionó cromosomas masculinos: la hipótesis principal es que Khelif tiene hiperandrogenismo, una condición que de forma natural le permite producir más cantidad de testosterona. Esto tampoco fue confirmado por el Comité Olímpico Internacional, que la habilitó a competir en París.
2.
La pelea COI-IBA y las redes sociales
Ahora, ¿cómo puede ser que un organismo la considere elegible y otro no? Khelif quedó atrapada en el juego de la política: la IBA y el COI están hoy divorciados. Excluida Rusia del deporte internacional tras la invasión a Ucrania, sin delegación en París, el COI expulsó en 2023 a la IBA, que había sido suspendida en 2019 por escándalos de corrupción que escalaron hasta el arbitraje y los jueces en los Juegos de Río de Janeiro 2016. IBA mudó entonces su sede de Lausana, Suiza, a Moscú, desde donde el presidente, el ruso Umar Kremlev, anunció que premiará a la boxeadora italiana Angela Carini, quien abandonó a los 46 segundos su pelea con Khelif, con 100 mil dólares.
Enemigos íntimos: Rusia organizó hace diez años sus Juegos Olímpicos, y Putin fue parte integral de aquellos esfuerzos. Hoy, tras la expulsión de Rusia de los Juegos, se abrió un abismo entre los dos. Putin ya planea sus Juegos de la Amistad para competir con el olimpismo: tendrán lugar el año que viene. Para París, desde Moscú lanzaron una aparente campaña de desinformación adelantando ataques terroristas.
Aún sin la IBA, el boxeo no podía faltar en París, y entonces el COI creó la París Boxing Unit para organizar el evento, y sus criterios de elegibilidad permitieron que Khelif boxee. La World Boxing fue creada para reemplazar a IBA, y aunque todavía no es reconocida por el COI, apoya sus criterios de elegibilidad. Por esos mismos criterios, Kremlev llamó “sodomita” a Thomas Bach, presidente de los Juegos: es parte de un creciente coro en las redes sociales, alimentado por el ya tradicional trolleo ruso, que califica de perversión todo lo que no adhiera al binarismo hombre-mujer.
“Ideología de género”: así designan a este movimiento que quiere “pervertir” a nuestros hijos con sus ideas de que no solo hay hombres y mujeres, que hay un espectro. A ese caballo se subieron varios mandatarios de derecha, que en sus redes se pronunciaron sobre el caso Khelif (entre ellos, cuando no, Javier Milei) y también se metió la autora de “Harry Potter”, J.K. Rowling. No solo hicieron oídos sordos a las explicaciones y la ciencia, sino que embarraron aún más el terreno de la discusión implicando una y otra vez que Khelif era trans.
3.
El límite del binarismo
Si alguna de las versiones diseminadas sobre la argelina fuera cierta, en todo caso, lo que demuestra es la limitante de la forma binaria de la organización deportiva. “Accidentally left wing”, le tiraron a un tuitero enardecido contra la púgil que, cuando le dijeron que Khelif tenía genitales femeninos, tiró que “por tener vagina no significa que es mujer”.
Es un problema que está desde la fundación del deporte moderno, creado primero para disciplinar cuerpos masculinos para la madurez y la batalla, y que luego fue permitiendo a regañadientes la participación de las mujeres, pero en una categoría segregada, que históricamente ha tenido un acceso menor a las competencias (recién estos Juegos alardean sobre tener un 50% de competidores de cada género: vamos 130 años de olimpismo), menos apoyo, menos visibilidad y menos status.
Producto de esta división fundacional hombre-mujer en la competencia deportiva global, se empezaron a suscitar problemas desde temprano. Hay algunos relatos de “hombres vestidos de mujer” para ganar medallas que, con el tiempo, parecen haber sido los primeros casos de atletas intersex (el caricaturizado caso de Dora Ratjen como emblema), pero el género se volvió un punto de discusión con la Guerra Fría y la aparición de imponentes cuerpos soviéticos y atletas de la Alemania comunista que desafiaban el dominio occidental en el medallero.
Ante las quejas, el COI lanzó primero un test de género visual. Complicado, polémico, incluso ese sencillo testeo reveló el complejo mundo del género biológico. Siguieron tests de cromosomas, proteínas, y todos entregaron complejidades, incluso descalificaciones injustas: ningún examen parecía suficiente para encajar el género en el esquema binario.
La última medida es la testosterona, a partir de la historia de Caster Semenya. Cuando irrumpió furiosa en Londres 2012 para ser oro en 800, disparó similares comentarios que la boxeadora argelina. Semenya no era un varón disfrazado o una mujer trans, pero ante el grito generalizado empezaron los estudios que detectaron que tenía, de manera natural, más testosterona: es hiperandrógina. No podían marginarla de las competencias con los testeos cromosónicos, así que cambiaron las reglas e impusieron un umbral máximo de testosterona para competir entre mujeres, incluso si la producción de la hormona se daba de forma natural.
La Ley Semenya obligó a Caster a realizarse un terrible tratamiento hormonal para participar, pero la velocista india Dutee Chand, alcanzada por el cambio de reglamento, pidió a la IAAF, rectora del atletismo entonces, un estudio científico que probara la superioridad de las atletas hiperandróginas. Esa superioridad ha sido, con el tiempo, relativizada, hasta descartada: la T es una de tantas variables (biológicas, económicas, políticas) que puede otorgar cierta ventaja, pero no de manera absoluta ni consistente. Pero la regla de la testosterona persiste en buena parte de las organizaciones deportivas, forzando a medicar agresivamente a las atletas que quieren ser parte, continuar su carrera. Ciencia normalizadora que obliga a realizar agresivos tratamientos para encajar: un problema moral, antes que deportivo.
4.
Los cuerpos del Sur Global
¿Qué cuerpos se busca normalizar, disciplinar? Esos que “a simple viste”, desde el “sentido común”, parecen diferentes. “Parece un tipo”, dicen de Khelif, decían de Semenya. Esa mirada es, claro, la visión hegemónica occidental de lo que tiene que ser un cuerpo femenino.
“Si bien algunos intentaron explicar (la aparición de atletas con características intersex del llamado Sur Global) con el argumento de que era improbable que las atletas criadas en países en desarrollo tuvieran acceso regular a la atención médica, y que por ende era probable que su condición de intersex pasara inadvertida, otros compararon el escrutinio de las atletas del Sur Global con la verificación de la femineidad de las atletas del bloque soviético durante la Guerra Fría. Por consiguiente, el escrutinio médico no es aleatorio: obedece a relaciones geopolíticas y refleja las inquietudes que los cuerpos oriundos de sociedades no occidentales despiertan en los centros del poder político mundial”, afirman
Besnier, Brownell y Cartes en “Antropología del deporte”. Así, se busca en esos cuerpos qué los hace diferentes, y luego se legisla para segregarlos: se busca la diferencia, de manera sesgada.
5.
¿Qué pasa con los cuerpos que no encajan?
El sistema deportivo segrega. Aún si los testeos se complejizan, seguirán estableciendo de manera más o menos arbitraria qué es una mujer. Seguirán segregando lo que no ingrese en sus categorías normalizadoras: aunque algunos deportes han habilitado la participación trans (tenemos a Quinn y Laurel Hubbard como pioneras en el circuito olímpico), la tendencia es excluirlas. Hay un debate que dar: ¿dónde irán?
También seguirán separando hombres de mujeres, además: ¿estamos seguros que hace falta esa segregación, en nombre de la protección? Hay deportes donde, aunque naturalizado, asoma ridículo: estos días, muchos recordaban la historia de Zhang Shan, oro olímpico en tiro al plato en Barcelona 1992, cuando la disciplina era mixta; en 1996 hubo tiro al plato, ¡pero solo para varones! y en el regreso del skeet en el 2000, ya habían separado las categorías.
Muchas preguntas, muchos debates. Así lo planteo Leyla Bechara: “En tal caso el problema de la argelina es que quienes se encargaron de designarla mujer no tenían herramientas institucionales, legales o incluso culturales religiosas para abordar los efectos de la percepción y materialidad de la identidad de género. ¿Tener cromosomas YX te hace hombre? ¿El nivel de testosterona es determinante? ¿Qué pasa en deportes de alto rendimiento cuando lo biológico marca la deferencia? ¿Se puede pensar otro tipo de competición para estos cuerpos? ¿Sería ideal? ¿Para qué?”
Recientemente se plantearon categorías mixtas: una buena idea, una categoría en la que pueda participar cualquiera, todos, y luego categorías segregadas para “protección”: así como hay competencias para juveniles, que haya competencias para otros atletas que se consideran en inferioridad de condiciones por biología, por oportunidades, por lo que fuera. Incluso, terminaría el debate sobre si los atletas paralímpicos pueden, con prótesis superhumanas, participar en los Juegos Olímpicos.
Sin embargo, las categorías mixtas creadas no fueron pensadas como categorías abiertas, absolutas: no eran categorías para ingresar sin importar la testosterona, el género, las prótesis, sino un espacio aparte, una categoría menor pensada solo para las atletas que no encajen. Segregación bajo el nombre de la inclusión.