Sean bienvenidos a los Juegos Panamericanos
522 atletas en 57 disciplinas de 37 deportes: esa es la delegación que marchará, con la eterna Sabrina Ameghino a la cabeza ondeando la bandera (junto a Marcos Moneta), mañana por la noche, por el coliseo del Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde quedará inaugurada una nueva edición de los Juegos Panamericanos, la fiesta deportiva más importante del continente.
Y el evento que quienes toman como una medida del éxito de las políticas deportivas los medalleros dicen que hay que mirar: el medallero olímpico nos queda, tras décadas de cambios de rumbo en materia de alto rendimiento deportivo, lejos aún. Cada medalla olímpica tiene bastante de excepción, un componente marciano para una realidad más bien terrenal. En América, en cambio, Argentina discute en una segunda línea: el volumen de medallas, juego a juego, permite vislumbrar a partir de un muestreo más amplio la evolución de la elite deportiva criolla.
En ese sentido, la vara está bien alta. Argentina viene de una actuación, la de Lima 2019, record, la tercera mejor performance de su historia y la mejor cosecha en unos Juegos organizados fuera del país, con 32 oros y 101 podios (35 plata y 34 bronce), que superaron una marca bien añeja: la mejor actuación visitante había sido en 1955, en los Panamericanos de México, donde hubo bastante menos competiciones, solo 8 deportes y un total de 433 medallas, contra los 38 deportes y las 1.361 preseas de Lima.
Lima, además, vio a la delegación albiceleste terminar en la sexta colocación en el medallero, superando a Colombia, y meses más tarde, por casos de dopaje, pasar al quinto lugar: la mejor posición de un siglo donde había sido, siempre, 7°, desde 2003 a 2015. Y, para muchos, una “foto trucada” de la realidad del deporte argentino de alto rendimiento, que ha atravesado en los últimos años numerosos vaivenes. Como el país, bah.
Los Juegos Panamericanos de 2019 tuvieron lugar cinco meses después de que el deporte de elite bajara de categoría en el organigrama estatal: de secretaría, pasó a ser la Agencia de Deporte Nacional, un organismo lateral al Estado cuyo propósito era conseguir el aporte privado para desprender al gobierno de su financiamiento.
También se sospecha que la autonomía del cuerpo, que le permitía por ejemplo alquilar o vender inmuebles del deporte argentino en ese afán de conseguir dinero, podía ser una vía para habilitar la venta del Cenard y el desarrollo inmobiliario del predio ubicado en la costosísima zona de Núñez: alrededor ya se construyen impresionantes torres, en tierras que pertenecieron al Tiro Federal, y por aquel 2019 se insistía desde el entorno oficial en que sería positiva una mudanza, aunque sea paulatina, del deporte al predio olímpico de Villa Soldati, construido para los Juegos Olímpicos de la Juventud que se habían celebrado en Buenos Aires algunos meses antes.
Esta pérdida de estatus del deporte y cierta avanzada privatista ocurría con la excusa de una crisis que había sido autoprovocada: dos años antes, el unicornio del deporte nacional, el Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento), la única política estatal para el deporte del alto rendimiento pensada para sostenerse en el tiempo, y financiada al costado del Presupuesto nacional gracias a un ingenioso impuesto a la factura de los celulares, vio cómo, por decreto, ese mecanismo se modificaba. El Enard pagaba becas, viajes y programas de desarrollo a través del 1% de lo que cada argentino le pagaba a las empresas de telefonía; por decreto, sin explicaciones, en secreto, un DNU tachó ese impuesto y determinó que el dinero para el Enard saldría directamente del Presupuesto nacional.
Los deportistas mantuvieron el silencio ante la modificación, pero, desde entonces, la historia fue previsible: la beca de los deportistas quedó atada, por un lado, a la inflación, y por otro, a los vaivenes políticos que determinan las partidas presupuestarias. El cambio de gobierno no cambió nada: nunca se deshizo aquel DNU, nunca se devolvió la autarquía del Enard, con el deporte, entre una pandemia y mil crisis económicas más, perdido en un segundo, o tercer, plano en las prioridades. Desde 2017, la beca fue perdiendo su valor en dólares, una métrica importante porque el deporte profesional de alto rendimiento tiene muchos costos dolarizados, como los implementos y suplementos que hay que importar para la práctica o los viajes que el Enard, en crisis financiera como todo, tal vez no autoriza.
La secretaria de Deportes Inés Arrondo explicó en una nota con La Nación que las partidas presupuestarias para el deporte fueron por encima de la inflación; sin embargo, la beca perdió valor real año a año. Una deportista de logros sustanciales en la arena olímpica nos reveló recientemente que durante su campaña en busca de un boleto olímpico, todo lo que conseguían de esponsoreo lo reinvertían; el aporte del Enard era prácticamente simbólico para los gastos que tuvieron que afrontar.
El deporte de alto rendimiento es un trabajo de tiempo completo al que, otra vez, parte de nuestra elite deportiva le ha agregado a menudo otro trabajo para poder seguir adelante. Han vuelto, en silencio pero sostenidamente, las rifas y los pedidos de “cafecitos” para pagarse un torneo, o alguna oportunidad de entrenar en los mejores países. En el horizonte, aparece un proyecto de ley, propuesto por el candidato Sergio Massa en el marco de su campaña presidencial, para que el alto rendimiento vuelva a financiarse de manera independiente del Presupuesto, a través de un impuesto que se cobraría a las bebidas con alcohol. Habrá que ver qué pasa el domingo y más allá.
Dónde están las medallas
¿Cuál es entonces la expectativa de medallas para Argentina? El objetivo primordial será mantener ese sexto lugar de Lima. ¿Más? Asoma difícil: los primeros lugares del medallero los ocupan casi sin excepción Estados Unidos (incluso cuando habitualmente trae su línea B o C), Brasil, Canadá, Cuba y México. Cuba no quedó lejos de Argentina en oros en Perú, hace cuatro años (habrá que ver cómo llega la isla, también azotada por los vaivenes de la realidad), pero tampoco quedó lejos Colombia, un país con un interesantísimo proyecto de alto rendimiento y una cultura deportiva más profunda que la nuestra. Y además, claro, hay que ver un tema clave: qué pasa con Chile, más cómodo en casa que el resto, con el impulso del público y una delegación numerosa.
Las medallas vendrán de donde siempre vienen. Se espera que el deporte en equipo sume preseas como lo hace habitualmente, con el agregado de que en hockey y handball el campeón clasificará directamente, sin engorrosos torneos ni rankings, a París 2024: ese, particularmente en el caso del handball masculino, será uno de los focos emotivos para la delegación argentina.
Lo mismo se espera de los deportes náuticos, el remo, el canotaje y la vela, donde Argentina es potencia en la región. Habrá pelota, que le ha dado a Argentina 27 medallas desde 1995, y a pesar de estar ausente en 2015. Las extraordinarias 11 medallas de la natación en Lima asoman difícil de alcanzar, pero hay un recambio generacional más que interesante que viene de brillar en el Mundial juvenil, con Agostina Hein a la cabeza. El atletismo logró un solo podio en 2019 (Belén Casetta) pero también tendrá problemas para repetir la actuación, más tras las bajas sensibles de Federico Bruno y Fedra Luna Sambrán, ausencias que se suman a otros aspirantes a medalla como Exequiel Torres en BMX, o Santiago Lange y Cecilia Carranza en vela, la dupla dorada en 2016 que siguió caminos diferentes tras Tokio 2021: Lange no alcanzó el pasaje junto a la platense Victoria Travascio, mientras que Carranza se bajó del 49erFX que navegaba junto a Sol Branz. Una actuación con incógnitas, un pronóstico abierto.
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