Las medallas y las cuentas pendientes: un balance de Argentina en Tokio 2020
La foto de los primeros días marcó el humor social y mediático en torno a los Juegos Olímpicos. Paula Pareto no accedió a medalla, el basquet fue goleado por Eslovenia, Las Leonas arrancaron 0-3, potenciales medallas como la de Lucas Guzmán quedaban apenas fuera de alcance, y llegó el decreto: Argentina no estaba ganando nada en Tokio 2020. La foto contrastaba con aquel primer día con Pareto dorada en Río, los Juegos del recorrido milagroso de Juan Martín Del Potro, del avance triunfal de Los Leones y la gloria de Lange y Carranza. El interés público se enfrió. Encima, los Juegos de Tokio transcurrían a espaldas de la audiencia argentina, en horarios no aptos para laburantes.
Pero ahí, desde la sombra, Argentina construyó algo: el rugby inició la cosecha a mitad de camino, y el hockey y el voley le dieron a la delegación un cierre con tres medallas. Al lado de las cuatro de Río, la brecha no asoma tan grande. La foto de las medallas, de todos modos, es siempre engañosa: Argentina aspira en cada Juego a un pequeño puñado de medallas, y en general no es favorito para ninguna de ellas. En Río fueron 4, pero podrían haber sido 2, o 5. Los Leones y Del Potro, de hecho, aportaron preseas sorpresa. En Tokio fueron 3, pero si pasaba el basquet, si entraba una patada más de Guzmán, si a Pareto le tocaba un cruce favorable, si la espalda de Carranza no se hubiera resentido en medio del torneo, si el 49er FX hubiera entrado un puesto arriba en cualquiera de las 12 regatas… Un balance serio, para pensar el futuro del deporte argentino, no puede depender de esas coyunturas deportivas, no puede aferrarse a una medalla de diferencia para tejer hipótesis.
Precisa de una foto más amplia: los Juegos Panamericanos, con su cosecha frondosa, ofrecen una muestra más amplia para pensar el alto rendimiento local; los diplomas olímpicos, los puestos top 8 logrados por Argentina, también aportan algo de profundidad al análisis. Y allí también la cosa está parecida a Río: la delegación sumó 9 moños (Pareto, Guzmán, el basquet, Leones, el equipo de saltos, Agustín Vernice y un triplete para la vela, que no sumó medalla por primera vez desde Barcelona 1992), frente a los 11 de hace cinco años.
Equipos, pandemia y fin del mundo
La campaña estuvo apuntalada por los deportes en equipo, esa noble tradición argentina: el país, lejos del top 50 en cantidad de clasificados en casi cualquier disciplina, se ubicó 7° en el listado de naciones que más deportes por equipo clasificaron a Tokio, y todos sus conjuntos, a excepción del handball masculino y el voley femenino, terminaron entre los mejores ocho de la competencia, entre los mejores ocho del mundo.
En algunos casos la colocación final tuvo sabor a poco, como para los campeones olímpicos defensores del hockey masculino o los subcampeones mundiales del basquet, que buscaban algo más en Tokio. En otros, tuvo sabor a hazaña. Las Leonas lloraron en otra final perdida ante Países Bajos, la bestia negra del hockey argentino al que nunca vencieron en Juegos Olímpicos, pero la medalla de plata no sólo reposicionó al hockey argentino tras la eliminación en cuartos en Río 2016 (y abrió esperanza para el futuro, con 13 debutantes; un futuro que tras Brasil no parecía tan claro), sino que también coronó un proceso de larguísimo sufrimiento, un 2020 con pocos entrenamientos por la pandemia, sesiones puramente físicas, además, porque no se podía entrenar jugando a causa de la pandemia. No hubo prácticamente partidos internacionales de cara a Tokio para Las Leonas, tras la postergación de la FIH Pro League, pero mientras en Europa encontraron, durante el proceso pandémico, ventanas de bajo contagio para entrenar y competir, en Argentina no había competencia alrededor y estaba todo cerrado.
El camino del voley fue similar: sin competencia en 2020, la selección se juntó para la Nations League y se encerró 90 días, alejada de todo, concentrada, para recuperar el tiempo perdido de cara a los Juegos. En el medio, se retiraron Pablo Crer y Alexis González, quizás no dispuestos a realizar semejante esfuerzo, a alejarse de los suyos tres meses en medio de una crisis sanitaria sin precedentes. Y la aventura comenzó mal, con solo 9 jugadores viajando a la VNL: la otra mitad del plantel se había contagiado de COVID. Y estábamos a fines de mayo, a mes y medio de los Juegos…
Los apoyos
La pandemia, y la larga cuarentena que pesó sobre los deportistas argentinos, que no solo pasaron meses sin entrenar sino que luego no tuvieron chance de encontrar competencias en una región diezmada por el virus (el que pudo, escapó hacia parajes menos inhóspitos), es ineludible a la hora de cualquier balance de la actuación argentina en Tokio. Y la situación sanitaria no solo vició la preparación de los atletas criollos; también dinamitó muchas cabezas, la ansiedad por no poder entrenar como querrían, competir, llegar cómodos a la gran cita de sus vidas, se juntó con la ansiedad de la postergación, los miedos sanitarios, el encierro solitario, la devaluación económica (y, por lo tanto, de la beca del Enard) y las presiones. Muchos llegaron cargados. Desde Delfina Pignatiello a Belén Casetta, las zonas mixtas fueron espacios de catarsis para nuestros atletas, abriendo por primera vez un debate profundo sobre la salud mental de los atletas que no deberá disiparse tras esta competencia.
De la misma forma que no deberá disiparse otro comentario corriente de los deportistas tras sus competencias: por primera vez desde 2009, año en que se creó el Ente Nacional de Alto Rendimiento que apoya con becas, estructura y planificación a los deportistas de elite, los atletas levantaron la voz para señalar que a Tokio se llegó tras un ciclo olímpico marcado por la devaluación de la beca y el presupuesto del deporte. El consenso fue unánime: la falta de los apoyos necesarios tiene su génesis en el cambio de la forma de financiamiento del Enard, que en 2017 pasó, por decreto, de obtener sus ingresos a partir de un impuesto del 1% a la factura de los teléfonos celulares a depender del Estado. El gobierno decidió embolsar ese 1%, con la promesa de que apoyaría desde el presupuesto nacional al alto rendimiento, pero la movida, poco cuestionada entonces, implicaba para el deporte tener que pelear año a año ese ingreso, pedir su partida en el marco de las numerosas urgencias que atraviesa, siempre, Argentina. De un modelo autárquico, de financiamiento independiente, se pasó a una dependencia problemática que se evidenció con las devaluaciones sucesivas: el presupuesto en pesos aumentaba (un poco) pero la erogación real para el deporte, el aporte en dólares, bajaba. Aquel 1%, en cambio, no solo se encontraba al margen de las problemáticas de un presupuesto siempre escaso; también estaba atado a la inflación.
Apenas un año después de este volantazo en la política deportiva, Argentina viajó a los Juegos Panamericanos para traer una cosecha frondosa, producto sin dudas de una década de Enard, pero también con la espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de muchos deportistas que sabían que, ante el presupuesto menguante, podrían perder su beca si no conseguían resultados en Lima. Mientras tanto, volvían en los estratos más bajos del alto rendimiento las rifas para poder viajar a torneos, las campañas de financiamiento colectivo para la compra de insumos, volvía la necesidad de muchos atletas de mantener un trabajo en paralelo a sus entrenamientos en el alto rendimiento. Durante 2020, año durmiente de otras preocupaciones, no hubo demasiado ruido al respecto; pero el deporte argentino despertó en 2021 con un presupuesto atomizado y se encontró, camino a Tokio, con un segundo estrato deportivo, el que todavía no había clasificado (y el que cuenta con becas que son casi simbólicas), sin apoyos para viajar a algunos de los torneos en busca de pasajes a Japón o valiosos puntos para el ranking.
Todo se descascaraba, y por eso es que levantaron la voz Gladiadores, Emmanuel Lucenti, Virginia Bardach: “No sólo son estos 14 días que se viven en un Juego Olímpico, sino que hay muchos años de trabajo atrás de todo esto. Trabajo que es muy poco visible, y las condiciones en las que entrenamos son nefastas”, tiró la nadadora. Con apoyos, Argentina no hubiera llegado a Tokio con demasiadas chances de medalla más (aún tras diez años de política deportiva de alto rendimiento, las medallas olímpicas siguen siendo excepciones para el país); pero sí, mejor pisados, menos presionados y agotados mentalmente por la incertidumbre material y el esfuerzo de sobrevivir.
Los clubes, las bases
El deporte individual, invisible para los sponsors y los medios, fue el que más sufrió la falta de apoyos; el deporte por equipos, con una industria algo más grande, recursos propios por fuera del Estado y jugadores profesionales disputando ligas internacionales, se sostuvo aún en estos tiempos turbulentos. Pero, avisaron casi todos los equipos, tras años de desatención sistemática a las bases, y tras una pandemia que golpeó a los clubes, al semillero, la tradición exitosa comenzará en algún momento a no ser suficiente para competir contra los equipos hiperprofesionales del mundo.
“Debemos reflexionar acerca de lo que pasa en Argentina y más con los amateurs”, afirmaron Los Gladiadores. “Chapa” Retegui pregonó “ladrillos en el deporte, que es infraestructura en el deporte. Que haya más lugares para hacer deporte, el que sea. Tiene que ver con la vida saludable el deporte. Sacar a un pibe de la calle vale oro, vale mucho más que una medalla olímpica. Hay que sacar a los pibes de la calle y de los malos hábitos y volcarlos al deporte”.
El DT del voley de bronce, Marcelo Méndez, pidió “apoyar principalmente a los clubes. Que no se mueran los clubes. El club no se puede perder. Hay que apoyar el deporte amateur para que todo el esfuerzo que hacen los deportistas sea reconocido con el apoyo a los clubes. Desde el Estado o desde instituciones privadas, hay que trazar también una política deportiva general”. De larga carrera en Brasil, explicó que allí “hay aporte privado fuerte y leyes que promueven el deporte. Las empresas en lugar de pagar ciertos impuestos pueden destinar ese dinero al deporte y donde yo trabajé en Brasil se destinaba mucho a las divisiones inferiores. Creo que en algunos puntos hay países vecinos que nos sacan mucha ventaja”.
Los competidores de Argentina por los primeros puestos del deporte por equipos, particularmente la competencia europea, crece en apoyos y profesionalización; aquí, mientras tanto, los semilleros agonizan, y también con las ligas, el primer escalafón deportivo para todo jugador de selección, en crisis. Así, ese tesoro que es el deporte por equipos corre peligro: si la situación crítica se sostiene, habrá cada vez menos espacios para practicar deporte, menos jugadores para seleccionar. Quizás, con el aporte del Enard y los sponsors privados, los exitosos seleccionados argentinos sigan en la elite durante un tiempo, pero mientras se apoya procesos de diez, veinte, treinta jugadores, la tradición, las bases, comenzarán a morir. Se precisa un Enard, como se pidió alguna vez, para las bases: y no hay dicotomía con el otro Enard, el del alto rendimiento, o al menos no la había hasta que, por decreto, se decidió que el Estado se haga cargo de la cúspide de la pirámide deportiva. Estas son las discusiones urgentes del deporte tras Tokio: devolver ese 1% del celular liberaría al presupuesto nacional de esa carga, y ese dinero podría, tranquilamente, ser utilizado para apoyar a los clubes que ya desfallecían antes de la pandemia: espacios que son más que recintos deportivos, espacios de contención social que están allí donde el Estado no llega, pero también la casa de nuestro deporte, el pilar de las tres medallas que se trae Argentina desde Japón, uno de los principales motivos por el que los equipos argentinos, desde el fin del mundo, pueden competir de igual a igual con el planeta deportivo.