An San, el pelo corto y las categorías abiertas: un divague

An San, el pelo corto y las categorías abiertas: un divague

Es la última flecha para la historia: An San está en otra vez el shoot out contra Elena Osipova en la final del individual femenino, después de quedar acorralada, al borde de la derrota, tras ceder el cuarto set. Debía ganar el quinto sí o sí, solo para empatar el marcador: tiró dos 10 y un 9 y alcanzó el desempate, a una sola flecha. Y, si la de San es mejor que la de la integrante del Comité Olímpico Ruso, hará historia al convertirse en la primera atleta surcoreana en ganar tres oros en un Juego Olímpico.

Y silenciará a los críticos: ¿de su labor deportiva? No. De su corte de pelo: un ejército de trolls antifeministas atacó a San por su pelo corto (y su decisión de enrolarse en la Universidad de Mujeres de Gwangju) luego de que la arquera ganara sus dos primeros oros (equipos femenino y mixto) en Tokio 2020. Un hashtag en Twitter fue a su rescate, impulsando a miles de mujeres de Corea del Sur a cortarse el pelo y subir sus imágenes con el pelo corto en apoyo, pero, claro, ahora todo se vuelve mucho más simbólico, mucho más pesado que una “mera” final olímpica.

Pero San está tranquila: así lo demuestra su frecuencia cardíaca (una de las mejores estadísticas que aportó la transmisión de cualquier deporte jamás), que apenas sobrepasa los 100 latidos por minuto. Alto para ella, que promedió unos 90 lpm, pero muy lejos de los más de 160 de sus rivales. Es la definición de cool: con frescura, como si no sintiera el peso del mundo y la presión, tira. Y es un dorado 10. Un 10 tan natural como en medio del lio alguien le preguntó en Instagram (las mujeres suelen tener que dar explicaciones sobre cómo se visten y van en el deporte, como vimos en los últimos días en el beach handball) por qué lleva el pelo corto. “Porque es cómodo”, respondió con un emoji sonriente.

Exitosa en un deporte de armas (diría que territorio masculino, pero en Corea del Sur hay larga tradición de arqueras), más que los varones (que no ganaron la individual), joven, sin ganas de someterse a tradiciones ridículas o de frenarse a discutir pavadas, no es difícil ver cómo An San puede haber parecido una amenaza para un ejército de trolls antifeministas (que en el país asiático es una fuerza con gran poder de movilización 2.0). Alguien tuvo la brillante idea de compararla con una amazona, mujeres guerreras de la mitología griega que también enfundaban arcos y flechas y eran el terror del ejército griego. Pero las amazonas fueron descriptas, probablemente imaginadas, desde Grecia, como enemigas: eran la antítesis de los héroes. El mito cruzó épocas, y las amazonas se convirtieron en guerreras hipermasculinizadas en las representaciones modernas, acompañadas por la idea de que su nombre significa sin (a) pechos (mazos) en el griego antiguo, es decir, de que las guerreras se quemaban un pecho para poder lanzar con comodidad las flechas que su anatomía femenina, de otra forma, hubiera entorpecido.

La etimología es falsa, dicen los estudiosos, porque la palabra “amazona” no es de procedencia griega, pero el mito sirvió para alimentar otra noción extendida: las mujeres, para ser buenas en algo, tienen que parecer hombres. Como imaginó aquel que comparó el “cortarse el pelo” de An San con las falsas costumbres amazonas.

Segregación
No es un mito menor, sino uno enquistado en la estructura moderna del deporte, que separa las competencias de hombres y mujeres para “proteger” a las segundas, como un supuesto gesto inclusivo y empático (pero que segrega en el mismo acto). ¿En qué incide la existencia de categorías separadas para las mujeres? Bueno, históricamente ha funcionado como una forma de sostener al deporte femenino como un “ciudadano de segunda”: se promociona menos, tiene menos público, entonces se paga menos… y por ende se promociona menos. En definitiva, el lugar del deporte femenino genera peores posibilidades materiales para las mujeres que redundan, en un círculo vicioso, en peor acceso de las mujeres al deporte en las bases, algo señalado por las estadísticas de casi todos los países del mundo: menos mujeres practican deporte. Es algo contra lo que se lucha desde hace décadas, con íconos como Billie Jean King e hitos como el Título IX, que prohíbe en EE UU discriminar en base a género, pero ahora como nunca un importante movimiento de atletas de elite exige igualdad de pago a sus deportes y a sus sponsors. Encuentran resistencia, claro. El deporte se viste de liberal y dice, simplemente, que premios y pagos responden a la demanda, al mercado, al interés del público, haciéndose los distraídos sobre lo evidente: ese interés (o falta de interés) es construido, ideológico, político.

Aparece como solución la creación de categorías abiertas, espacios donde convivan hombres y mujeres, un mismo escenario para todos que implicaría un mismo pago para todos y, en todo caso, la aplicación de premios según méritos. Entonces, la pregunta que desvela a muchos es si, más allá del debate, habría paridad al incluir a las mujeres en una categoría abierta. Ahora, podemos discutir durante tertulias eternas si efectivamente existe tal cosa como la superioridad biológica, si ciertas características masculinas brindan ventaja particular en ciertos deportes, cuál es el rol de lo social, lo aprendido, y cómo impactan las categorías binarias en el desempeño femenino. Pero buena parte de los argumentos segregacionistas se caerán cuando los intentemos aplicar a la arquería, un evento que depende más de la habilidad que de la potencia. Aunque hay diversas disciplinas dentro de la arquería, mujeres y hombres compiten en la arquería olímpica con el mismo arco recurvo, las mismas flechas y lanzan la misma distancia, 70 metros. Y las mejores marcas muestran paridad entre hombres y mujeres: incluso, algunos records son femeninos. Así las cosas, ¿por qué la arquería tiene categorías femeninas y masculinas?

Lo primero que hay que comprender es que así fue gestado el deporte moderno: dividido en dos. El único deporte donde es indistinto el género del competidor es la equitación, donde se considera que el atleta es el caballo, no el jinete. La arquería es considerado uno de los deportes de mayor paridad de género, gracias a sus categorías mixtas (que debutaron a nivel olímpico en esta edición) y sobre todo, a haber abolido la Ronda FITA, que tenía reglas diferentes para varones y mujeres, y haberla reemplazado por la Ronda Olímpica, de reglamentos iguales. Las pruebas son idénticas, y los puntajes, casi. ¿Entonces? ¿Por que no unificar?

Hay un caso emblema que puede dar una pista: como las pruebas de tiro no tenían contraparte femenina en los Juegos Olímpicos, se permitía que las mujeres compitieran en la categoría de varones. Hasta que en 1976 Margaret Murdock empató en el primer lugar del evento de tres posiciones con Lanny Bassham. Para nada curioso es que por decreto le dieran el oro a Bassham, pero la amenaza había sido plantada: en 1984 ya había categorías femenina y masculina, salvo en el skeet, donde esa categoría “abierta” desde la práctica desapareció luego de que la tiradora Zhang Shan ganara el oro. ¿Y si la segregación protegiera los egos masculinos?

Hay argumentos para matizar esta idea: defensores de la división, entre las cuales se encuentran varias mujeres, explicaron en un panel de YouTube organizado por World Archery hace algunos años que si bien los puntajes suelen ser similares en la elite y en cuanto a records, los hombres desarrollan por tener brazos más largos en promedio y músculos más fuertes gracias a la testosterona, flechas más veloces, en las que interfiere menos el viento y que realizan trayectorias más directas, menos curvas. Incluso, ello les permite tener una técnica algo menos depurada: la mayor velocidad de las flechas “perdona” más cualquier error en la forma. Esto, afirman, se ve revelado no en los records (aunque también allí prevalecen las marcas masculinas) si no en el promedio de actuaciones de varones y mujeres.

Esa sería la bondad del binarismo en el deporte (que como ya hemos dicho, va a contramano de tiempos donde se acepta que hay un espectro de identidades sexogenéricas, no solo dos opciones, lo cual ha generado todo tipo de tensiones. Por cierto, mañana compite la pesista trans Laurel Hubbard). Ese el motivo por el cual muchas mujeres lo defienden: brinda a una cantidad mayor de mujeres, aquellas que en una categoría abierta no tendrían oportunidad, su chance de competir para llegar a la cúspide de la pirámide. De nuevo al tiro: cuando las categorías eran abiertas, compitieron menos de 5 mujeres; cuando se abrieron en 1984, 77 tiradoras participaron de la prueba. La diferencia entre An San y el ganador del oro es ínfima, incluso nula, en los puntajes (en la ronda clasificatoria, San marcó 680 puntos, record olímpico; el mejor de los varones tiró para 688 puntos, pero el ganador del oro Mete Gazoz sumó 669), pero la brecha crece a medida que descendemos en el ranking. La idea es que si agrupamos mujeres y varones, habrá mayoría de arqueros varones, incluso si desestimamos el argumento biológico, solamente por la brecha de acceso a los deportes entre varones y mujeres en todas las sociedades.

¿Categorías abiertas?
Pero, ¿qué es la igualdad, entonces? Porque aun incluyendo las características biológicas en la conversación, hay que entender que, en arquería, son diferencias absolutamente superables (como muestran los records) y que los atletas de elite no son el promedio de la población, que muchas veces su fisiología se sale de las normas, y que la separación de hombres y mujeres, institucionalizada (hemos charlada ya cómo el deporte fue un ariete de la modernidad y ayudó a cimentar esa separación hombre-mujer), solo acrecienta la brecha, impidiendo a las mujeres competir entre los mejores atletas, pero también impidiendo el desarrollo del deporte mismo, ubicado por obra y gracia de la división en una categoría de segunda: esta consideración reduce sponsoreo y visibilidad, y en definitiva afecta la cantidad de aspirantes a practicarlo, achicando la base y empeorando las chances de las mujeres de empardar el terreno de juego. Pero, a la vez, una categoría abierta podría implicar menos posibilidades para las mujeres arqueras en el mundo del deporte de elite: quizás la lucha que haya que dar sea la actual, la que pide por igualdad de pago y acceso, pero sin tocar el binarismo fundacional del deporte. Es una encrucijada que atañe al deporte todo: construida la brecha de géneros con un siglo de segregación en los espacios deportivos de elite y de base, ¿qué hacer ahora?