#Equitación / Matías Albarracín: “Me haría ruido que a Cannavaro, después de un gran Juego Olímpico, le toque uno mediocre”
En febrero, Matías Albarracín viajó a Europa: la pandemia había forzado al jinete platense a un parate competitivo casi completo y Albarracín decidió que cruzar el océano era crucial para tener la mejor preparación posible de cara a los postergados Juegos Olímpicos de Tokio. Pero cuando llegó, tras su primera competencia, otra epidemia azotó: el herpes equino, un virus parecido al coronavirus que afecta a los caballos, bajaba desde Francia a España y provocó la suspensión de todas las competencias de la FIE (que siguen suspendidas: en principio hasta el 28 de marzo, como comenta Albarracín en la entrevista, aunque la suspensión se extendió ahora hasta el 11 de abril).
“Muchos aspectos negativos que no se como paliar”, contaba desde Málaga hace algunos días Albarracín, que se desayunó con la situación días después de recibir el Premio Konex al mejor jinete de la década pasada. Una de cal y varias de arena, aunque la buena noticia, admite, lo puso “muy feliz”: “Es un premio que enmarca todo lo que logré, que indica que has hecho las cosas bien: lo difícil no es llegar si no mantenerse, y esto da muestras de que me pude mantener”, analiza.
“Y en una era muy compleja, por todo lo que está sucediendo, y porque Argentina se aleja de la alta competencia, es un estímulo”, afirma el ganador del Konex, un título más para una vitrina cada vez más cargada, que incluye un diploma olímpico por su octavo puesto en Río 2016, el logro que, opina, puede haber inclinado la balanza para que el reconocimiento fuera para él y no para José Larocca.
Ese logro olímpico, dice, es el que más atesora en su carrera, y de hecho, “es el logro que trajo los campeonatos nacionales, la idea de que se podían lograr cosas”. Un logro, admite, “muy difícil de conseguir hoy”, en las actuales condiciones en que se ha dado la previa de Tokio 2020+1, Juegos a los que el equipo argentino clasificó luego de que Canadá perdiera su plaza por dopaje en los Juegos Panamericanos de Lima.
“No pudimos celebrar como si hubiéramos clasificado en la pista: a nosotros nos gustan los 90 minutos. Está bien, ellos hicieron algo que era indebido y nosotros hicimos todo lo debido”, dice Albarracín al respecto. “Pero además, nos agarró con mucha incertidumbre: Canadá iba a apelar, teníamos dudas de si íbamos a estar listos para Tokio si no les habíamos ganado en Lima, y además, cuando vos clasificás en un Juegos Panamericano, en julio o agosto, te empezás a preparar mucho antes. Acá nos avisaron en diciembre, y teníamos días para buscar los caballos para competir…”
Y encima de todo, dos meses después de conseguir los caballos para competir a contrarreloj, llegó la postergación. Un aplazamiento que “a mi me perjudicó”, cuenta Albarracín. “Mi caballo, Cannavaro, ya es grande. Tiene 17 años, la plenitud de un caballo es entre los 12 y 13. Así que mermó su condición, su galope… pero de espíritu, un fenómeno, en las competencias sabe lo que tiene que hacer”.
“Pero el daño es relativo”, agrega. “A los dos chicos que están acá (Richard Kierkegaard y Ezequiel Ferro) les dio un año más de experiencia, aun sin concurso”. Además de Larocca, Albarracín, Kierkegaard y Ferro, tiene chances de viajar a Japón el padre de Matías Albarracín, Justo, dos veces olímpico (y también Premio Konex) que compitió en el selectivo que iba a ser clave para determinar quién es parte del equipo que irá a Tokio. “El tiene ganas: si se da, se da, y si no, al menos hará una última gira por Europa”.
La pandemia también complicó a Albarracín en su forma. “Físicamente estoy pésimo”, se ríe. “Es que en pandemia montamos muy poco. No digo que de acá a agosto no pueda estar mejor, pero en Río estaba hecho un fierro, y ahora se han oxidado algunas cosas. A medida que compita, mejoraré, pero solo competí en diciembre, dos pruebas, cuando hay tipos que están todos los fines de semana. No es que esté duro: hablo de los reflejos, el que compite todo el día tiene el ojo muy ducho. Es como un arquero que no juega tres meses y lo ponés…”, explica el jinete, aunque avisa que “psicológicamente estoy entero, y estoy para apoyar, me encanta saltar para Argentina. De acá a agosto, mi propósito era competir un poco para conseguir estos reflejos, del caballo y míos”.
Hasta aquí, ese plan se ha frustrado. El nuevo plan de Albarracín era regresar al país mientras durara la prohibición para competir, montar en Argentina y volver a Europa cuando se abrieran las competencias. “Es todo muy complejo: mientras que en Río se dio todo bien, acá se está dando todo mal. Pero le vamos a poner el pecho igual y haremos lo mejor”.
¿Qué sería lo mejor a lo que se puede aspirar? Albarracín quiere lograr un resultado digno, positivo, “que colabore con el equipo a quedar dentro de los 10 primeros: quiero ayudar, y si no que vaya otro”.
Habla con congoja, la congoja que atravesará a tantos atletas olímpicos en julio, la congoja de saber que nada se ha dado como debería. Y, dice, “no es que me molesten los malos resultados: me haría ruido que Cannavaro, después de un gran Juego Olímpico, le toque uno muy mediocre. Por él. Eso me dolería, si es que no pudiera repetir”.