“Pesaba 44 kilos, me tenían que ayudar a caminar, no podía tomar agua, mi cuerpo estaba detonado”
La taekwondista platense Milagros Cali compitió en los Juegos Olímpicos de la Juventud. Con 17 años, participó en la categoría de 44 kilos, muy por debajo de su peso.
Milagros Cali tiene 19 años, es de La Plata, mide 1 metro 59 y no sabe cuánto pesa. Es que “la balanza es algo que me da súper terror”, le cuenta a Horizonte 2020. En octubre de 2018 pesaba 44 kilos, un par menos de lo que indicaban las antropometrías, pero el máximo que permitía la categoría de taekwondo en la que compitió en los Juegos Olímpicos de la Juventud. Es olímpica, un sueño cumplido, aunque a la gran cita deportiva llegó casi sin poder caminar. Así y todo, tuvo chances de medalla. Y cumplida su participación en Buenos Aires 2018 sintió que debía dar un paso al costado.
– ¿Por qué decidiste dar un paso al costado después de los Juegos?
– Los Juegos Olímpicos fueron en mi último año de juvenil y ya debía arrancar adultos. Había estado en torneos panamericano, sudamericano, Juegos Sudamericanos, nacionales, Juegos Olímpicos, mundiales; o sea, todos los torneos habidos y por haber ya los tenía encima. Entonces me puse a pensar: en adultos tenía que hacer de nuevo lo mismo pero con chicas que miden 1,80. Iba a ser mucho sacrificio de mi parte, y no solamente mío: estaba dispuesta a dar ese sacrificio, pero tendría que trabajar con un montón de personas. Sentí que ese no era el lado por el que podía fomentar el taekwondo, darle una mano a mi deporte. Creí que debía correrme, ir por otro lado.
– Dejaste el taekwondo y retomaste los estudios.
– Sí, quería terminar el colegio, porque lo hacíamos a distancia y no lo había terminado. Estudiábamos seis meses, íbamos y rendíamos seis materias. Y los otros seis meses, las otras seis materias. Justo cuando rendíamos la primera parte, me fui a Corea. Y cuando tenía que volver a rendir, fueron los Juegos. Así que ese año me quedó medio perdido. Quería terminar el colegio y empezar Derecho, que siempre me gustó. Por eso dije: “Ya di todo de acá, vamos a ver en qué podemos ayudar”.
– ¿“En qué podemos ayudar” es como entrenadora?
– Estoy haciendo un curso de coach internacional. Este curso lo hacemos con Canadá, México, gente de Costa Rica… Es muy internacional, está bueno, y creo que es por ahí por donde tendría que meterme otra vez al taekwondo.
– Sin embargo, con 19 años, puede que no sea definitivo el haberte corrido del taekwondo competitivo.
– Obvio. Veo las fotos, gente de afuera compitiendo y me agarran ganas. Y quiero volver, quiero todo. Pero sería muy egoísta de mi parte: hay chicas con mucho biotipo con las que por ahí nos poníamos a pelear y la que ganaba la plaza era yo. Si yo pudiera ayudar a que esas chicas me ganen, y que sean mejores que yo, el nivel de Argentina sería extraordinario.
– ¿Los Juegos de la Juventud no son una experiencia extremadamente exigente para chicas y chicos tan jóvenes?
– Veo gente que se fue de viaje a Bariloche, o que tiene amistades del colegio, de toda la vida, que yo no tengo. No te puedo contar una anécdota de “cuando era chica me rateaba del colegio” porque el colegio lo hacía a distancia. Está bien, recorrí todo el mundo y todos me dicen quién te quita lo bailado. Pero pesaba 44 kilos, me tenían que ayudar a caminar, no podía tomar agua, mi cuerpo estaba detonado. Dormía de costado y [NdR: con gesto de fricción entre sus manos] las rodillas se me cortaban, la cadera se me cortaba…
– Y como para tomar dimensión, ¿cuánto pesás ahora?
– No. La balanza es algo que me da súper terror, no puedo subirme a una balanza, y tampoco quiero. No caí en la bulimia ni en la anorexia, que en los deportes de peso es bastante común. Como mi papá es médico, creo que fue por eso, conocía las enfermedades, las tenía presentes. La gente me decía: “Che, cuidate, estás muy flaca”. “Sí, no estoy comiendo pero sé que está mal”. Ahora que volví a mi peso normal, me miro al espejo y digo: “Perfecto, así me siento bien, ya no dependo de una balanza”.
– ¿Cómo hiciste para aguantar?
– Un mes antes de los Juegos yo estaba: “Dejo todo, me quiero ir”. No podía ni caminar. Los chicos todo el tiempo estaban pendientes de si me podía levantar de la cama y los primeros minutos era tratar de acomodarme para llevarme al baño, si es que no me iba desmayando. No quería saber más nada. Y ahí dije: “Listo, los Juegos Olímpicos van a ser mi último torneo”. Después de los Juegos volví a comer y ahí fue cuando me di cuenta: “Chau, nunca más me quiero subir a una balanza”.
– ¿Cuál debía ser tu peso en aquel momento?
– Soy muy bajita, mido 1,60, 1,59 [corrige con su mano]. Mi peso en las antropometrías me daba que podía bajar hasta 46, nada más.
– Así y todo, competiste en la categoría de 44 kilos.
– Sí. Me sentaron en una silla y me dijeron: “Vas vos, pero tené en cuenta que te vas a encontrar con un montón de chicas que son mucho más altas”. “No pasa nada, todo bien”. Después de eso me puse a investigar: en adultos la categoría más baja para las chicas es de 49 kilos, y yo ahí estaría rebién con el peso. Pero si en 44 kilos eran más altas que yo, lo que iban a ser en 49.
– ¿Era cumplir un sueño a toda costa?
– A los 5 años tuve mi primera clase con mi papá, que era profesor. Yo era la varoncito de mis compañeras, era una más de los nenes. Mi mamá me quería llevar para el lado de baile, patín, atletismo, y yo no quería saber nada. Y le decía a mi papá: quiero ir a un Juego Olímpico. A los 13-14 años me dijeron que tenía la posibilidad: “¿Qué tengo que hacer para poder quedar?”. “Te tenés que ir del colegio”, me respondieron. Mi mamá no estaba a favor, y ahí le dije: “Vamos a hacer una cosa: vos me vas a ayudar en todo, pero voy a ser yo la que tome las decisiones”. ¡Así, con 13 años se lo dije! “Porque la que lo va a vivir soy yo, la que va a bajar de peso soy yo, la que va a entrenar soy yo. Entonces, me merezco tomar las decisiones…”. Mi familia apoyó mis decisiones, creo que eso estuvo buenísimo.
– ¿Ellos estuvieron al tanto de tus padecimientos?
– Nadie sabía nada. Por ahí cuento algunas cosas que me pasaron y mi mamá me dice: “Esto nunca me lo contaste, qué pasó…”. Y mis entrenadores creo que tampoco sabían. Era todo entre nosotros, entre los chicos. Era una época en la que comía un tomate con una lechuga y eso me hacía subir un kilo, porque el cuerpo absorbía todo, necesitaba comida. El mes anterior a los Juegos fuimos a concentrar a México, fue horrible. Entrenaba con una compañera y le decía: “Comemos un poquito y después vamos a patear juntas. Tené cuidado que no me caiga”, era horrible.
– ¿Y cómo llegaste a los Juegos?
– En los Juegos entré a la habitación y me quedé enamorada de los acolchados; todas nos queríamos llevar los acolchados. Y yo quería la cama más linda. Era una de las de arriba, entre la ventana y la pared; hermosa. Sin embargo, me acosté en una de las de abajo. Pero llegó una chica de lucha, me miró y me dijo: “¿No te jode si te acostás en la de arriba? Peso como 100 kilos y se va a romper”. La miré y le dije: “Mirá, me encantaría, pero no me puedo subir a la escalera, tengo miedo de caerme”. “Yo te ayudo”, me respondió. Me agarró de mi cinturita, rechiquitita, me subió y ahí se quedó y me dijo: “¿Cuánto pesás?”. “44, no doy más”.
Me quedaba acostada en la cama de ella y cuando ella se quería acostar, agarraba y me subía. Y cuando yo me quería bajar, decía: “Linda [Machuca], ¿me bajás?”, y me bajaba.
– ¿Qué posibilidades tenías entonces?
– Llegó el día, no daba más, no podía quedarme parada. Empezamos y mi rival cambió completamente su estilo de lucha [NdR: a la mexicana Alicia Rodríguez la habían estudiado durante más de un mes]. Miro a mis compañeros y veo cómo ellos se miraban entre sí como diciendo: “No te la puedo creer”. Estuvimos como un mes y medio practicando todo para que… Ahí mandé todo a la mierda, “voy a hacer lo que quiero, ya estoy acá, la que pelea soy yo”.
Y en un momento siento que alguien me muerde el hombro: “¡Eh!”, digo, “¿qué hacés?”. Y al hablar, el árbitro me descuenta. Entré en desesperación. En el descanso le dije a mi entrenador que me había mordido. Él me quería decir 800 cosas y yo me quería sacar la pechera y mostrarle que me estaba mordiendo. Terminó la lucha, me ganó, yo recaliente me saqué la pechera y tenía todo el hombro sangrado y con la marca de los dientes en la ropa.
– O sea, más allá de tu estado físico, ¿creés que pudiste haber tenido un mejor resultado?
– Son un montón de situaciones que te distraen. Si hubiese dejado pasar el tema de las mordeduras y no entraba en una lucha en caliente, o trataba de ir en clinch de una manera para que no me muerda, por ahí le ganaba y la medalla era mía. Yo no aguantaba en clinch, no aguantaba tener los brazos puestos arriba porque me pesaban por el cansancio físico que tenía. No quería entrar a clinch y ella me lo buscaba todo el tiempo. Creo que si no hubiese estado tan pendiente de lo que no podía hacer, si no en lo que sí podía, me hubiese ido de otra manera.
– ¿Cuándo considerás que volviste a sentirte bien?
– Fue más o menos un año después de los Juegos. En la medida en que me iba acomodando, me sentía supergrandota, porque el cuerpo hace un efecto rebote en el peso. Me sentía relenta, no podía levantar las piernas. Mi cuerpo se acostumbró: “Ya no vamos a bajar más de peso drásticamente”.
– Seguís entrenando. ¿Cómo es esto de entrenar sin pensar en competencias?
– Siempre, en todo, tengo que ser la mejor. Entonces por ahí estoy entrenando y me tengo que sentir la mejor; es conmigo, no con el otro. Y si hay alguien que es como yo, de ahí salen los mejores entrenamientos. Y me es difícil, porque: “Bueno, pará, ella es la que tiene que ir a representar a Argentina, no yo. Entonces bajá un cambio, dejá que la otra chica se luzca y vos regulá como sparring”. Y me es redifícil ponerme en ese lugar.
– Sparring ahora, pero querés ser entrenadora.
– Toda la vida quise ser entrenadora. Me encanta entrenar a la gente y que la gente vaya y la rompa. Pero lo quiero hacer bien, quiero estudiar, quiero prepararme, que todo sea perfecto. Y poder el día de mañana encontrarme en los Juegos Olímpicos en una silla y que la persona con la que estoy ahí haya pasado todo el proceso conmigo. Quiero transmitir la tranquilidad que me transmitían a mí.
– Y a partir de tu vivencia, si tiene que competir por debajo de su peso…
– Yo respetaría la decisión, le diría: “Necesitamos un 44 y vos estás para un 46: lo que decidas va a estar bien y yo voy a estar ahí acompañándote en lo que decidas. Como me hicieron a mí.
– La Plata es un plaza fuerte del taekwondo, con Fernanda Garrido y el Centro Integral de Taekwondo a la cabeza. ¿Cómo explicás ese fenómeno?
– A mi primer torneo fui con mi viejo, vino “Fer” y dijo: “A esa chica la quiero entrenando conmigo”. Y fue por otro lado, la vio a “Sofi” [Sofía Tournier] y dijo: “A esa chica la quiero entrenando conmigo”, y así fue. Y un día nos encontramos todos. En ese entonces estaba Luciana Angiolillo, que era cinturón rojo y estaba metiéndose en selección. Yo no lo podía creer, decía: “Cómo me gustaría estar en la Selección”, y yo era cinturón amarillo, nada. Fernanda nos sentó y nos dijo: “Lo primero que tienen que hacer ustedes es comer bien, comer sano. Tienen un Ferrari, no le pueden poner gas”. Nos empezó a dar un montón de consejos y eso es lo que tiene “Fer”: cuando te ve con pasión, con ganas, con entusiasmo, te va de lleno.
Después se nos unió Giovanni Baeza [entrenador de la selección], que la rompe, es un monstruo. Ojalá me pudiera parecer a ellos, un poquito”.
BONUS TRACK: LA FACULTAD
– Uno de los objetivos era terminar el colegio y arrancar Abogacía. ¿Cómo llevás eso?
– Cuando entré por primera vez a la Facultad, me anoté en todas las materias. Entonces estaba con la Facultad de 6 de la mañana a 9 de la noche. Y en un momento dije: “Está bien, pero no”. Necesito entrenar, está en mí: estudio pateando la mesa, necesito caminar y empezar a aflojar las piernas, y así me entra toda la información. Mi vida es deporte.
– ¿Cómo ayuda la experiencia del alto rendimiento para el estudio?
– Esto de que pasaba meses a superdieta, comiendo cosas muy particulares, muy específicas, creo que está bueno porque a la hora de estudiar, me siento un mes antes y si son cuatro horas de estudio, hago las cuatro horas, y si necesito estudiar quince, estudio quince. Si estoy un mes tirando una patada porque no me sale, puedo estar un mes estudiando un libro porque no me lo acuerdo; si estuve haciendo como 11 mil flexiones de brazo por día para tirar un buen puño, cómo no voy a sentarme a estudiar quince horas.
– ¿Y un final, con qué se compara?
– Son como una final olímpica, la misma sensación. A mí los profesores me dicen que tengo una actitud muy peleadora, y más en Derecho, que son muchos puntos de vista distintos. Un profesor me dijo: “Cuando vas a dar un oral, fijate que te arremangás, como si me fueses a pelear”. Todo el tiempo me dicen que tengo una actitud súper peleadora, como que defiendo mucho mi postura. Y así es el taekwondo.
– ¿Y el bolillero…?
– El bolillero es una llave, es como: “Que no me toque con Irán, que no me toque con Irán…”. “Que no me toque la 4, que no me toque la 4”.
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