#BeachHandball / Carolina Ponce: “Ser campeona olímpica es algo que nunca va a terminar”
Hace casi un año, el beach handball se convertía en impensado furor: la versión playera del balonmano, con sus giros, su vértigo, su entusiasmo, cautivó a la audiencia argentina durante los Juegos Olímpicos de la Juventud celebrados en Buenos Aires, con estadio desbordado, colas fuera del predio y un seguimiento masivo por tevé. Como si se tratara de la cotización del dólar o la última serie de moda, todos hablaban de Las Kamikazes, la selección femenina juvenil que emocionó en su camino al oro olímpico. Casi un año más tarde, Carolina Ponce, pieza fundamental de aquel equipo campeón, confiesa: “Todo el tiempo lo recuerdo”.
“Fue una repercusión muy grande: antes de los Juegos no pensábamos todo esto, todo lo que pasó después. Ya haber salido campeonas fue una locura, un sueño cumplido. Es algo que nunca va a terminar”, revela la joven de Ensenada, de 19 años, jugadora de Estudiantes de La Plata y también integrante de la selección juvenil indoor, en diálogo con Horizonte Olímpico, y confiesa que estuvo “tres meses repitiendo ‘somos campeonas olímpicas’”. “Fue algo increíble, algo que nunca vamos a volver a vivir”, agrega. “O quizás sí, las vueltas de la vida… La idea es que el beach handball sea olímpico en París 2024”.
Y es una posibilidad cierta: el Comité Olímpico Internacional tomó nota de que la media de edad de sus espectadores supera los 45 años, muy lejos de la franja demográfica que interesa a los anunciantes más poderosos (la juventud), y comienza a incorporar al calendario olímpico deportes de mayor frescura. De hecho, este año celebrará los primeros Juegos Mundiales de Playa, en Qatar, y en Tokio 2020 ya aparecerán deportes como el surf y el skate.
El Sol, “el ida y vuelta constante”, los giros en el aire, la duración breve: el beach handball es un claro ejemplo de lo que cautiva de estos nuevos deportes. Una versión “mucho más espectacular” que la indoor, opina Ponce, donde “hasta la defensa es un espectáculo”, poniendo como ejemplo esas tapadas voladoras espectaculares de Zoe Turnes. “Son cosas que nunca se habían visto”.
El entusiasmo era tal que después de la medalla “nos llamaban de todos lados”. Y no solo fueron requeridas por los medios:
“Cuando salíamos de la cancha nos preguntaban dónde llevar a los hijos. ¡Y nosotros no sabíamos qué responderles! No es que veníamos de un club, con mini, infantiles, competencias…”.
Las Kamikazes, efectivamente, no surgieron de una competencia interna de clubes e inferiores de la disciplina, sino de una especie de experimento de laboratorio: tomaron a un puñado de jugadoras que llegarían a los Juegos Olímpicos de la Juventud con 18 años y las entrenaron en un deporte que desconocían.
Ponce fue convocada por primera vez tras un torneo indoor, en Córdoba, con la selección: Leticia Brunati (entrenadora de la selección de beach) las llamó para hablarles de “otro deporte”. “Nos quedamos tipo: ‘qué es eso…’”, se ríe hoy Ponce. “Leticia nos contó quién era, cómo nace el beach, nos contó que había chicas que ya jugaban, y que estaba empezando un proyecto con las chicas 2000-2001, proyección para los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018”.
Así nacieron Las Kamikazes, con un grupo de unas 60 chicas de varios clubes y de la selección que accedieron a aprender un deporte nuevo, con cancha más chica, pelota número 1, y reglas “que pensaba ‘cuándo las voy a aprender’…”
Pero a Ponce le “empezó a gustar porque era más espectacular… y con el tiempo estaba re emoción”, sonríe. “Entrenábamos los fines de semana nada más, en la semana no tocaba la arena, y siempre deseaba que llegue el fin de semana”.
Cada fin de semana viajaba, a menudo acompañada por sus padres, hacia Parque Sarmiento, bien lejos de La Plata: allí había solo un cuadradito de arena, que rastrillaban para quitar las piedras, aunque, claro, algunas siempre quedaban ocultas. De allí, de revolcarse en ese inhóspito arenero, surgió el mote de Las Kamikazes.
Ponce no se tenía fe. Faltaban dos años para 2018, había un grupo de 60 chicas, el deporte era nuevo: todo parecía lejano, difícil. Pero la lista se fue afinando, algunas jugadoras se iban porque no podían entrenar, otras quedaban marginadas por la entrenadora, y finalmente llegó el Panamericano, y Ponce quedó entre las cinco seleccionadas de Buenos Aires (se sumaron a otras cinco del interior).
Aquella vez, desconociendo a la mitad del equipo y sin demasiado entrenamiento, “jugamos al indoor, no nos animábamos a girar”, se acuerda. Pero el equipo se fue armando y en el siguiente Panamericano ya serían campeonas.
“Con los torneos fuimos creciendo”, dice. Se sumaron entrenamientos en la semana, videos, concentraciones, un campus “clave” con el entrenador de beach de Brasil, y, previo a Buenos Aires 2018, “un montón de giras ese año: viajamos cuatro veces a Brasil, y eso nos ayudó muchísimo”.
Claro que “todo tuvo su sacrificio. Para mis viejos y para mí”: con apenas 16, 17 años, Ponce tenía que ir a Buenos Aires todos los fines de semana, comprar la ropa, se perdía cumpleaños, perdió un año de facultad (“pero yo creo no importa”)… Todo cuesta dinero, además. Y se sumaba, claro, al desgaste físico y emocional.
“Sentía que me perdía de todo. Pensaba: ‘Espero que valga la pena todo. ¡Y todavía tenía que quedar!’ Porque hasta que no estaba la lista, yo no estaba adentro”, cuenta. Finalmente, todo valdría la pena.
Un año más tarde, Ponce se come las uñas, anhela esa adrenalina de viajar a entrenar, del club a la selección, a la arena: una lesión en la rodilla le obligó a poner pausa.
“Ahora que estoy lesionada estoy viviendo una vida normal… y me siento rara, quiero volver a entrenar. El año que viene tenemos un Mundial y quiero llegar a eso, quiero arrancar con todo para volver a vestir la celeste y blanca”, dice la jugadora de Estudiantes.
Ponce sintió la lesión en el primer entrenamiento con la selección indoor, este año. Estaba también entrenando beach y en Estudiantes, y “se me juntó todo”.
“Recuerdo siempre el momento en que me lesioné y pienso ‘si no hacía esa finta…’. Pero me podía pasar de cualquier forma, entrenando, en el beach, caminando; ya me venían diciendo los médicos que tenía que recuperar el isquio, pero no les di bola, pensaba que lo iba a recuperar porque siempre hago gimnasio”, se arrepiente.
En aquel entrenamiento “no podía creer que estuviera rota. No podía ser, porque yo tenía que jugar”, dice. De todos modos, los estudios mostraron que no había rotura, sino distensión. Pero le avisaron que si la rodilla se le iba para el costado, tenía que parar y operar. El parate le hizo perderse el Panamericano, que hubiera sido su primera experiencia en mayores. Y cuando volvió a entrenar en el club, la rodilla dijo basta.
“Al principio me costó. Pensaba en que me iba a perder los torneos, con la selección, con mi club, donde estamos en proceso de ascender a Primera…”, cuenta. En el calendario del beach, además del Panamericano, estaba Qatar. “Pero listo”, dice hoy, “a pensar en los objetivos que tengo cuando vuelva: eso es lo que me mantiene parada”.