#Handball / La Garra: un torneo y media final que son la semilla del futuro

La Garra perdió la final de los Juegos Panamericanos, sí. Y perdió bien, 30-21, contra un Brasil que fue una tromba en la segunda etapa. Pero, sobre todo en ese primer tiempo, tuvo que sudar, se puso nervioso y solo por el peso de su físico y su jerarquía, de los nervios entrenados para situaciones de definición, pudo finalmente doblegar a una selección que jugó el mejor torneo de su historia.

Uno de esos torneos que podrían ser un quiebre, un momento clave para estas jugadoras, que jugaron siempre para ser campeonas, y no subcampeonas. Y esa rebeldía a la historia no fue solo de palabra: partido por partido, la Selección Argentina de handball, con la platense Rocío Campigli en el plantel, demostró que tiene ganas de cosas grandes, que ya no se conforma. Que creció, maduró. Que tiene hambre.

No hace tanto tiempo, a Argentina le costaba su obligación de llegar a la final ante Brasil. Contando solo Juegos Panamericanos, Argentina fue bronce en 2007, casi pierde en semis contra Dominicana en 2011, antes de perder con Brasil por 18, y en Toronto, cuatro años más tarde, casi sucumbe ante la inminencia de su primera chance olímpica al caer en un partido de grupo.

Pero se metió en Río 2016 y, desde entonces, fue creciendo. Tuvo un gran panamericano, de local, en 2017, donde solo cayó, claro, con Brasil en la final (aquella vez, por 18) para clasificar al Mundial de aquella temporada. Luego, en 2018, fue subcampeona sudamericana, cediendo otra vez contra su archinémesis, esta vez solo por 5 tantos (y consiguiendo el pase para el Mundial de Japón, que se juega en noviembre).

En el primer tiempo, y en el resto de un torneo de excelencia, quedó claro algo: Argentina ya no se conforma, Argentina sueña. Y no se la llevan de arriba nunca más

Aquel encuentro pareció dejar deseo de revancha, de rebelarse contra lo que antes era aceptado como el orden natural de las cosas, la supremacía continental de Brasil, campeón del mundo y ahora séxtuple oro panamericano. Aparejado vino el crecimiento natural de este equipo: las jóvenes que llevaron a la selección a un Juego Olímpico por primera vez ganaron roce y físico en Europa, y sumaron a varias ex “Garrita” (a Maca Sans, olímpica, se sumaron Bonazzola, Casasola, Urban…), mientras la selección fue evolucionando a fuerza de competencias internacionales.

Para Lima, repetían, se prepararon como nunca. Desde el primer partido se notó. Un orden sostenido desde lo físico por una convicción en el deseo de hacer historia. Y madurez, para hacerse cargo de lo que les tocaba: cualquier cosa que no fuera final les quedaba chico.

No sintió la presión, y eso que camino a Brasil todos fueron partidos clave: Estados Unidos asomaba como un cuco ¡y en el debut! y una derrota hubiera implicado jugar semis contra el temido país tropical; luego goleó a Perú, si, pero aún así tenía que enfrentar a Dominicana y vencerlo, para pasar primero. Y hasta podía quedar afuera a pesar de llegar a ese tercer encuentro invicta. Luego, lógico, la semi, con la carga de un partido definitorio y un rival, Cuba, que era el más serio de todos hasta el momento. Y, de hecho, era el equipo que las había vencido en 2015, poniendo en serio peligro la clasificación olímpica.

Nadie trajo problemas, porque el equipo de Dady Gallardo se hizo cargo de su parte, siempre. Jugó un torneo muy diferente al de 2015, donde sobre su cabeza pendía la chance de ser olímpica por primera vez, un torneo que incluyó aquella derrota contra Cuba que casi arruina todos los planes. Hacerse cargo es cosa de grandes: este equipo ratifica, en ese sentido, el camino que comenzó en la preparación de aquel torneo y que va madurando sus frutos.

Seguro, falta. Así lo dejó claro el segundo tiempo, cuando Brasil encontraba goles de todos los costados y a Argentina le costaba cada ataque (chocando, para colmo, con un partido de terror de Renata Arruda): falta físico, altura, un problema que tienen todas las selecciones nacionales, desde el voley al básquet: somos un país petiso. Falta jerarquía, pero se está gestando: ¿o no es Karsten elite? Pero en el primer tiempo, y en el resto de un torneo de excelencia, quedó claro algo: Argentina ya no se conforma, Argentina sueña. Y no se la llevan de arriba nunca más. La Garra es medalla de plata panamericana por cuarta vez en la historia. Pero es plata y dolor: una medalla y una bronca que puede ser la semilla de algo más grande en el futuro.