¿Con qué esperanzas llega Argentina a Tokio 2020?
El número exacto es difícil de cerrar: por las circunstancias pandémicas, las selecciones han ampliado su plantilla, pero varias de las reservas que se han sumado de excepción no están en Tokio sino en casa. ¿Son parte de la delegación, son suplentes? No importa tanto: nombres más nombres menos, Argentina lleva a Tokio 2020+1 unos 181 atletas, un número por debajo de los 213 atletas que viajaron a Río, favorecidos en parte porque en varios torneos clasificatorios el local, potencia continental, ya estaba clasificado; pero una cifra por encima, muy por encima, de los 137 de Londres 2012.
La cifra sola refleja algo que para el deporte es una evolución: una cierta estabilidad. Producto del pendular político, el alto rendimiento deportivo pasó de algo de apoyo a nada de apoyo durante décadas, sin una estructura que lo organizara de manera formal y sólida hasta la creación del Enard, el Ente Nacional de Alto Rendimiento. Una idea mágica, porque al financiarse al margen del presupuesto del Estado (a través del 1% de las facturas de los celulares, lo que le permitía además mantenerse atado a la inflación) nadie podía discutir si en el país de las últimas cosas estaba bien o no darle plata a un grupo selecto de deportistas.
De la mano del Enard Argentina vivió en Río uno de los mejores Juegos de su historia, con tres oros y una plata: en cuanto a oros, fue la mejor actuación olímpica, junto a Ámsterdam 1928, Los Ángeles 1932 y Londres 1948; fue el tercer mejor Juego en términos de diplomas olímpicos (se cosecharon 11 diplomas para finalistas entre los mejores ocho), detrás de 1948 y 1952 (una era de apoyo similar al deporte desde el Estado); y la mejor posición en el medallero de la historia considerando la cantidad de participantes (27°).
Argentina debería aspirar a superar lo realizado en Tokio, pero la realidad marca que será un Juego muy complicado, muy lejos de casa, con una cuarentena que encerró a los atletas sudamericanos mucho más que a los del hemisferio norte: sin hacer futurología de café, la delegación criolla llega a Japón con varios aspirantes a medallas (hockey, básquet, taekwondo, natación, tiro, vela, rugby, voley, todos están en el pelotón que busca podio), pero ninguna medalla en el bolsillo (a la espera de ver la forma de Paula Pareto y Lange-Carranza, dos de elite mundial que han competido poco en el último tiempo).
Verán cómo esa lista algo cruda muestra a los “sospechosos de siempre”: no falta juventud, pero Tokio no será el escenario para que desembarquen, como alguna vez se soñó, los atletas forjados para los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires. El Enard no es el mejor sistema para desarrollar talento joven: beca al atleta que ya ha conseguido resultados, y aunque de cara a Buenos Aires 2018 creó un sistema de captación y desarrollo de jóvenes promesas, no ha alcanzado para cubrir la desaparición de los semilleros, los clubes de barrio, desprotegidos por todos los gobiernos, una de las tantas señales de que el deporte de base (el que habría que promover, el que da salud a la población, el que genera inclusión) ha sido abandonado, no interesa, quizás porque no da medallas.
Y de hecho, de aquel programa de jóvenes talentos, pocos quedan en competencia (la abanderada es Delfina Pignatiello), desgastados por factores como la centralización extrema del deporte nacional (se entrena mayoritariamente en el Cenard de capital federal, lo que implica para jóvenes que todavía van a la escuela secundaria viajes diarios, cansancio mental y gastos) y la depreciación de la beca otorgada, y devaluada a la par del peso.
Pero, ¿cómo que la beca se devaluó? ¿No era que el mágico sistema del Enard estaba blindado contra los vaivenes del dolar? Bueno, allí otra clave: para pensar los resultados de Tokio (y de París 2024) será necesario tener en cuenta que el Ente se ha sostenido, contra viento y marea, pero que ha sufrido modificaciones profundas en su forma de financiarse que han resultado en una importante crisis presupuestaria para el deporte argentino.
El presupuesto del Enard
Entre 2009 y 2017, el Enard, con su impuesto a la telefonía celular que a nadie molestaba, pareció a prueba de vaivenes políticos. Pero nada existe en el vacío: en diciembre de 2017, la Reforma Tributaria impulsada por el oficialismo en una Argentina que comenzaba a dar señales de atravesar una profunda crisis económica decidió quitar ese 1% que tributaban los usuarios del teléfono. Lo hizo en la letra chica, sin avisar, quedándose con ese impuesto para las arcas del Estado aunque prometiendo, al descubrirse la modificación (que derogaba un artículo de la Ley del Enard), que la fuente de financiamiento vendría del Poder Ejecutivo Nacional, que incluiría en cada proyecto de Ley de Presupuesto de la Administración Nacional el monto anual a transferir al Enard. Esto, desde ya, implicaba que el Enard dejaba de ser autárquico: ahora dependía del Estado, y era el Estado el que determinaría qué parte del presupuesto público le correspondería, y año tras año, había que ir a pelear presupuesto al Estado, en un país donde falta todo. A pesar de las promesas, entre la fuerte devaluación del dólar y la crisis económica, en los siguientes dos ejercicios el presupuesto para el deporte de alto rendimiento se desplomó.
En números:
El gobierno de Mauricio Macri esperó a la finalización de los Juegos Olímpicos de la Juventud para continuar su avance hacia el deporte: en enero de 2019 creó la Agencia de Deporte Nacional, provocando que el deporte perdiera jerarquía de secretaría, poniéndola en la posición más baja del organigrama del Estado desde que la cartera fuera creada en 1967 como Dirección Nacional del Deporte, por decreto del gobierno de facto encabezado por el general Juan Carlos Onganía. Ente autárquico, sostuvo en su primer año de ejercicio su presupuesto y estructura, “pero al conformarse jurídicamente como una entidad mixta, técnicamente queda habilitada para establecer contratos privados y generar recursos a partir del alquiler o ventas de bienes y espacios deportivos, arancelamiento de actividades y todo tipo de acuerdo comercial; es decir, una virtual privatización del deporte estatal”, explicaba Ernesto Rodríguez, periodista especializado que sospechaba profundamente que el cambio de nominación se debía al deseo de hacer negocios (alquilar, vender, construir) con las valiosísimas tierras que eran parte de la Secretaría, incluido el Centro Nacional de Alto Rendimiento, ubicado en el lujoso Núñez. De hecho, apenas terminaron los Juegos Olímpicos de la Juventud, Gerardo Werthein, presidente del COA y el Enard, comenzó a impulsar la mudanza del deporte al predio de Villa Soldati, construido para el evento juvenil: el grupo W, de su familia, tenía planes para esas valiosas tierras del Cenard.
El apresuramiento del Gobierno por ejecutar el cambio (realizado por Decreto, semanas antes del comienzo de las sesiones legislativas que hubiesen generado que la cuestión se debata) levanta sospechas, y los motivos oficiales del cambio no tranquilizan. Estos motivos los expusieron algunos deportistas que replicaron, presionados, un mensaje en redes sociales: “La creación de la Agencia es positiva para el deporte y un salto de calidad para los deportistas. ¡Ahora va a ser más rápido el cobro de becas y subsidios y, por primera vez, las provincias van a poder participar de estas decisiones!”. La figura de la Agencia, se sostenía desde el oficialismo, desengancharía al deporte de los tejes y manejes burocráticos, aunque para el alto rendimiento no parecía tener más función que la que ya cumplía el Enard. Del deporte de base y su rol social no se hablaba, y parecía haber sido borrado de hecho en el nuevo organigrama.
En medio de este torbellino, atrapado a la vez en el tornado mayor que vivía la situación económica en Argentina en aquellos días, llegaron los Juegos Panamericanos de 2019. Eran tiempos de recorte en el deporte: Argentina viajó a Lima 2019 con la espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, luego de que se conociera la idea, nunca confirmada, de que aquellos que no subieran al podio perderían su beca inmediatamente (es decir, no se esperaría a fin de año para culminar la beca, a pesar de que se otorga por temporadas). Con todo, Argentina protagonizó su mejor cosecha de medallas en tierra extranjera de la historia: se trajo 100 preseas, con 33 oros que le permitieron, por primera vez en 20 años, superar el 7º lugar del medallero y acomodarse en un sorpresivo quinto puesto. Como en Atenas 2004, los resultados de una política deportiva se veían con el paso de los años, y estallaban en un momento de incertidumbre para la política y el deporte.
El cambio de Gobierno trajo en 2019 el regreso de la secretaría de Deportes, pero, y no hay demasiadas explicaciones incluso entre los propios atletas al respecto, no se revisó la forma de financiamiento del Enard modificada por decreto. La beca sigue atada a la inflación, que sigue escalando. Han vuelto las rifas, los sorteos, los pedidos de las selecciones nacionales para viajar a torneos importantes: el caso que terminó con Santiago Maratea consiguiendo un avión para el Sudamericano de atletismo puede sonar como ejemplo, aunque fue bastante más compleja la situación, con un cambio de sede súbito por la pandemia y una falta absoluta de comunicación entre dirigencia y atletas. Pero aquel viaje, eso sí, mostró la naturaleza precaria del becado hoy: muchos tenían que viajar para conseguir una medalla sudamericana que les permitiera seguir cobrando la beca, pero el Enard no los llevaba.
Así llega el deporte nacional a Tokio: otra vez en crisis. ¿Reflejará Tokio estos volantazos? Probablemente, aunque los efectos en cualquier proceso son a largo plazo, claro. Pero, sin dudas, no podrá dejar de ser un factor de análisis cuando, el 8 de agosto, se apague la llama olímpica.